Llueve. Hace horas que llueve. Empezó el sábado por
la noche y no ha dejado de llover.
Y por si la lluvia y el cambio de hora no
fuesen motivos suficientes para hacer que se sienta extraña, ayer recibió un
email que meses antes le hubiese hecho sonreír pero que le hace sentir triste.
El correo le ha llevado de vuelta al pasado. A un
tiempo en el que fue feliz, inmensamente feliz pero que desembocó en una gran
tristeza.
Así que para no mentir a quienes le están ayudando a
construir su nueva vida, para no decir que no le pasa nada, aunque su cara y
sus ojos digan lo contrario, después del desayuno se ha excusado diciendo que
pasará el día en su habitación porque no se encuentra bien.
Pero sabe que no la dejaran en paz. Sabe que Inés le
traerá caldo y leche y aspirinas y que la cuidará como una madre.
Sabe que Alicia le traerá a Dulcinea para que le
haga compañía.
Y sabe que los “chicos” de una forma u otra se harán
notar y estarán pendiente de ella.
En el fondo reconoce que sentirse mimada es una
novedad que le gusta.
Pero cuando piensa en el correo que recibió ayer, se
le dispara el corazón. Pánico y angustia diría su terapeuta.
Es mucho más que eso. Es frustración. Es indignación
consigo misma. Está enfadada.
No con el autor del email, sino con su incapacidad
de cortar vínculos y lazos.
Su incapacidad de alejarse, de decir no, a pesar de
saber que su historia está condenada al fracaso.
Sabe que si responde a ese email, su vida volverá a
ser caótica, un desastre. Sabe que no le debe nada.
Pero no tiene idea de la
razón por la que siempre acaba claudicando, perdiendo la fuerza de voluntad y
rindiéndose. Y acaba contestando y de nuevo empieza todo otra vez.
No puede más. Está destrozada. Se está
reconstruyendo, intentando casar las piezas que ha encontrado de sí misma. Y
solo ella sabe el esfuerzo que le cuesta.
Le amó tanto, tanto que se quedó vacía, sin fuerza,
sin vida.
No hace ni un año que intenta recuperarse y
salvarse. No hace ni un año que trata de salir con uñas y dientes del pozo en
el que ha caído.
Ha puesto distancia mental o eso cree entre su historia
y ella. Y no fue suficiente.
Ahora ha puesto distancia física y geográfica a su
problema. Pero ha vuelto.
La ha encontrado y tiene miedo. Tiene miedo de que como
siempre, derrumbe su débil muralla, que como siempre arrase todo lo que ha
construido. Porque siempre lo hace.
Y cuando se cansa cuando ya no queda nada
más por destrozar, se retira como el temporal tras destrozar la playa, sin
mirar atrás dejándola en un estado de caos y desolación tan grandes que resulta
difícil pensar que podrá recuperarse.
Está tan perdida en su laberinto que tiene fiebre de
verdad. Se siente mal. Todos han pasado a verla. Todos se han preocupado. Pero
ella no se ha percatado.
Al caer la noche decide que se levantará, se
refrescará y volverá a descansar.
Y mañana será otro día…mañana tomará alguna
decisión. Mañana…
Blanca Fernández
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