domingo, 30 de marzo de 2014

LA PLAYA TRAS EL TEMPORAL







Llueve. Hace horas que llueve. Empezó el sábado por la noche y no ha dejado de llover. 

Y por si la lluvia y el cambio de hora no fuesen motivos suficientes para hacer que se sienta extraña, ayer recibió un email que meses antes le hubiese hecho sonreír pero que le hace sentir triste.

El correo le ha llevado de vuelta al pasado. A un tiempo en el que fue feliz, inmensamente feliz pero que desembocó en una gran tristeza.

Así que para no mentir a quienes le están ayudando a construir su nueva vida, para no decir que no le pasa nada, aunque su cara y sus ojos digan lo contrario, después del desayuno se ha excusado diciendo que pasará el día en su habitación porque no se encuentra bien.

Pero sabe que no la dejaran en paz. Sabe que Inés le traerá caldo y leche y aspirinas y que la cuidará como una madre.

Sabe que Alicia le traerá a Dulcinea para que le haga compañía.

Y sabe que los “chicos” de una forma u otra se harán notar y estarán pendiente de ella.
En el fondo reconoce que sentirse mimada es una novedad que le gusta.

Pero cuando piensa en el correo que recibió ayer, se le dispara el corazón. Pánico y angustia diría su terapeuta.

Es mucho más que eso. Es frustración. Es indignación consigo misma. Está enfadada.
No con el autor del email, sino con su incapacidad de cortar vínculos y lazos.

Su incapacidad de alejarse, de decir no, a pesar de saber que su historia está condenada al fracaso.

Sabe que si responde a ese email, su vida volverá a ser caótica, un desastre. Sabe que no le debe nada. 

Pero no tiene idea de la razón por la que siempre acaba claudicando, perdiendo la fuerza de voluntad y rindiéndose. Y acaba contestando y de nuevo empieza todo otra vez.

No puede más. Está destrozada. Se está reconstruyendo, intentando casar las piezas que ha encontrado de sí misma. Y solo ella sabe el esfuerzo que le cuesta.
Le amó tanto, tanto que se quedó vacía, sin fuerza, sin vida.


No hace ni un año que intenta recuperarse y salvarse. No hace ni un año que trata de salir con uñas y dientes del pozo en el que ha caído.

Ha puesto distancia mental o eso cree entre su historia y ella. Y no fue suficiente.
Ahora ha puesto distancia física y geográfica a su problema. Pero ha vuelto. 

La ha encontrado y tiene miedo. Tiene miedo de que como siempre, derrumbe su débil muralla, que como siempre arrase todo lo que ha construido. Porque siempre lo hace. 

Y cuando se cansa cuando ya no queda nada más por destrozar, se retira como el temporal tras destrozar la playa, sin mirar atrás dejándola en un estado de caos y desolación tan grandes que resulta difícil pensar que podrá recuperarse.

Está tan perdida en su laberinto que tiene fiebre de verdad. Se siente mal. Todos han pasado a verla. Todos se han preocupado. Pero ella no se ha percatado.

Al caer la noche decide que se levantará, se refrescará y volverá a descansar.

Y mañana será otro día…mañana tomará alguna decisión. Mañana…
Blanca Fernández

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jueves, 27 de marzo de 2014

FAMILIA URBANA

Nunca imaginó que el fin de semana podía ser tan agradable y tranquilo.

El sábado cuando regresó de su paseo por la ciudad y su viaje en el tiempo a Londres, descubrió que le esperaban muchas sorpresas.

Una de las cosas que resultaba un misterio era que la pensión, después de su llegada solo tenía dos habitaciones libres para alojar a posibles clientes. Porque el resto, cinco, no parecían estar disponibles.

Como le dijo el dueño, él vive en un piso de la planta inferior con Alicia y Dulcinea. Inés vive en un piso del edificio de al lado, llega cada mañana temprano y se queda hasta entrada la noche. Desayuna, come, merienda y cena en la pensión. Se ocupa de mantener las habitaciones listas, de las comidas, de planificar el menú diario. Inés canta, siempre canta. A todas horas y en todo momento. Y habla, mucho. Inés se comunica, conecta con todos sin importar la edad ni la procedencia.

Pero el sábado al llegar al portal del edificio en donde está la pensión, encontró un intenso trasiego de maletas y paquetes, cuyos dueños llevaban a la pensión.

Abrazos, besos, saludos, risas… era como asistir al reencuentro de una familia que ha estado separada un tiempo.

El dueño de la pensión les presentó a la recién llegada. Manuel, Ángel y Mateo, huéspedes permanentes de la casa que habían regresado de unas mini vacaciones.

A la hora de la cena, descubrió que Inés había sido “expulsada” de la cocina y que los tres amigos se habían hecho cargo de la intendencia.

El dueño de la pensión y Alicia llegaron justo a tiempo para preparar la mesa. Sin saber cómo se vio en medio de una reunión más parecida a la de una gran familia que a la reunión forzada entre huéspedes.

Risas, una cena excelente, buen humor. No recordaba que esas cosas existían. E historias, muchas historias, variadas, divertidas.

El dueño y Alicia, dijeron a Inés que se quedara a dormir en el apartamento de abajo. Así no se perdería la excursión del día siguiente. Y a continuación la incluyeron a ella también en los planes del domingo.
Pasaron el día en la playa. Jugaron, se tumbaron al sol, leyeron, disfrutaron de una magnífica comida, durmieron la siesta y al caer la tarde regresaron a la pensión.
Y hablaron, charlaron. Se contaron cosas. Hicieron planes.
Manuel era profesor de historia en la universidad. Mateo era contable y poeta. Ángel era abogado y lector voraz.
Manuel le contó la historia de la pensión. El dueño llegó a la ciudad en un momento en que su vida era un auténtico caos. Su tío que era el dueño de la pensión, le acogió sin hacer preguntas y le ofreció un lugar desde el que empezar de nuevo. Cuando murió le dejó la pensión en herencia y aunque él había encontrado un trabajo estable había conservado el negocio. Ellos habían llegado allí como los maderos de un naufragio. Cada uno tenía una historia. El dueño trabajaba durante el día, e Inés era quien se encargaba de mantener todo en orden. Ellos contribuían a los gastos y ayudaban a Inés con las tareas más pesadas. Y entre todos cuidaban de Alicia la sobrina del dueño, que era su tutor desde que su madre había muerto.
La habitación que ella ocupaba y las dos restantes que quedaban libres eran ocupadas ocasionalmente por algún turista o comercial despistado.
Así que era más que una pensión. Era un punto de partida para todos ellos. La familia urbana era en ocasiones mucho más importante que la familia de sangre. O al menos a ellos los vínculos casuales les unían más que los familiares.
Después de cenar se retiró a su habitación agotada pero muy relajada. Se durmió sonriendo.

Ahora comprendía porque su amiga había insistido tanto en que aquel lugar era ideal para ella. 

domingo, 23 de marzo de 2014

UN BANCO EN EL PARQUE. LONDRES.




El fin de semana está resultado más agradable de lo que nunca hubiese imaginado.

El sábado se dedicó a explorar la ciudad guía en mano y descubrió rincones inspiradores.

Como el día se había levantado gris y el ambiente era fresco, no encontró a mucha gente por la calle.

Madres con niños camino de la compra. Adolescentes en grupo riendo y hablando en voz alta, muy alta. 

Miembros de la tercera edad caminando muy despacio. Padres paseando mascotas caninas, porque a pesar de las promesas, sus hijos miran para otro lado cuando llega el momento de sacar al perro a que “le dé el aire” fumando a escondidas porque el médico les ha prohibido el tabaco.

Había salido a la calle temprano y caminó a buen paso hasta el mediodía y no se detuvo hasta que su estómago protestó airadamente.

Entró en un parque público y se sentó en un banco bajo un árbol para comer con calma el bocadillo que Inés le había preparado.

Acabado el bocadillo descubrió que Inés también había metido en la bolsa dos mandarinas, un paquete de galletas y una botella pequeña de agua.



Satisfecha y tranquila, cierra los ojos y presta atención a los sonidos del parque. 





Risas infantiles amortiguadas por la distancia y el rumor de las hojas de los árboles, pájaros que cantan como si no hubiese mañana… escucha los sonidos de forma intermitente… el viento los trae y los lleva.

No recordaba esa sensación. Es como flotar. Sentirse ligera. Todo y nada importa. Todo y nada.

Continúa con los ojos cerrados. De pronto está en otro lugar, en otro momento. Agosto de 2003. Londres. El verano más caluroso en décadas. Europa se derrite. Y Londres no es una excepción.
Cuando el avión aterrizó en Gatwick no le sorprendió que el cielo fuese gris y denso, que lloviese suave y constantemente, que el viento fuese fresco.


La sorpresa llegó al día siguiente cuando al salir de la residencia universitaria descubrió un sol brillante, intenso, espectacular inundaba las calles, las plazas, toda la ciudad.
El cielo sin nubes, azul intenso, una turquesa perfecta. En cada rincón, a cada paso flores de colores brillantes, formas diversas. La vida se abre paso.



Había leído decenas de libros que describían el verano Londinense como una posibilidad de disfrutar de vida al aire libre. Pero una cosa era leerlo y otra verlo, sentirlo, disfrutarlo.

Cada día atravesaba Hyde Park de ida y de vuelta. Entraba por la escalinata cercana al monumento al Prince Albert, junto al Albert Hall puesto que se alojaba en Prince Consort Road. Regresaba antes del ocaso entrando al parque cerca de Speakers Corner.


Ardillas, pájaros, ocas, cisnes, jinetes y amazonas cabalgando caballos y yeguas absolutamente majestuosos… el paraíso en medio de la ciudad.




No le apetece abrir los ojos y romper el hechizo que la había llevado a aquel maravilloso rincón de sus recuerdos.
Londres… paseos cerca del río, museos, paseos nocturnos tras la cena en un restaurante cuya terraza estaba situada en el interior de una “isla” de edificios tranquilos y armoniosos construidos alrededor de un roble, parecido a otros ejemplares inmortalizados en cuadros maravilloso de famosos paisajistas ingleses del siglo XVII.



Covent Garden. Un restaurante inaugurado en el siglo XVIII, rosas amarillas pequeñas y delicadas en jarrones de porcelana blanca sobre las mesas, la luz del sol de una intensidad que te obliga a alargar la mano para tocar el tono crema intenso que te rodea… manteles de hilo blanco…y de pronto el bullicio se detiene, el aire se transforma en delicado cristal … y suena una voz que hace que tus lágrimas caigan dulce y suavemente… si los ángeles existen, tienen esa voz y cantan ópera así… un violín la acompaña… el tiempo no existe, nada existe, el mundo se ha detenido… sabe que siempre guardará ese instante en su alma, que cuando las cosas sean difíciles y complicados, cuanto todo duela, podrá rescatarlo… y disfrutar del perfume de las rosas, el tacto de los manteles… y esa voz angelina.



Sigue con los ojos cerrados. Londres. Trafalgar Square. Un día de calor insoportable. En cada esquina de la plaza grupos de música caribeña…en las fuentes grupos de chicos y chicas vestidos con uniformes de agrupaciones scout que se zambullen en el agua para refrescarse.

Fueron dos semanas en las que sus ojos y su alma se renovaron. En las que aprendió que la vida estaba llena de colores y matices. Que lo diverso era maravilloso. Que cada ser era especial.

Y por fin una frase tuvo sentido. Cuando le preguntaron a un londinense ilustre sobre su ciudad favorita respondió “Amigo mío quien esté cansado de Londres, está cansado del mundo”.



En los últimos años, ha repetido este viaje decenas, ciento de veces. Cada vez que se ha sentido perdida, que su mundo se ha hundido un poco más. Cada vez que su corazón le ha dolido tanto que ha estado a punto de estallarle, ese viaje le ha devuelto la paz.




El sol de Londres. El Támesis. Greenwich.El Cutty Sha Brighton. El océano. Verano de 2003.

Una ráfaga suave de aire fresco hace que abra los ojos al fin. Consulta la guía de la ciudad. Por hoy es suficiente. Está cansada.

Decide volver a la pensión. Mañana continuará explorando… la ciudad, la vida, sus sueños…









Blanca Fernández

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viernes, 21 de marzo de 2014

FANTASMAS, CAFÉ Y LIBROS



Café y aspirinas, agua y un pequeño panecillo de queso. Ya sabe que precisamente no se trata de una dieta demasiado equilibrada. Pero no ha podido tomar nada más.


Pasada la medianoche la despertó su propio llanto. Y no se ha dormido hasta el amanecer. Una hora. Nada más. No ha descansado.

Ahora ya no puede llorar porque no le quedan lágrimas siente un nudo en la garganta que la ahoga. Le duele la mandíbula. Le duelen los ojos. Tiene los párpados hinchados y siente que la cabeza le pesa. Piensa a cámara lenta.


Se durmió rápido. Estaba muy cansada. Pero le sucedió de nuevo. Volvió a soñar con todo aquello. Volvió a sentir que algo le arrancaba el corazón, se lo desgarraba.

Creía que lo había conseguido pero se engañaba.

Dejó su hogar rumbo a un lugar en el que empezar de nuevo. Viajó ligera de equipaje. Sin libros, casi sin ropa. Pero con lo que no contó fue que en un rincón de la maleta, entre las blusas y los pantalones, había colocado también sus fantasmas, sus traumas, su dolor.

Por mucho que los autores de libros de autoayuda afirmasen que si te enfrentas a lo que te causa dolor y solucionas los conflictos te sientes más fuerte, en su caso no funcionaba.





Terapia, antidepresivos, meditación, cientos de ejercicios de relajación y autocontrol… Nada se había revelado efectivo. Nada.

Cuando tomó la decisión de marcharse y empezar de nuevo, los fantasmas y el dolor le dieron una tregua y redujeron su intensidad hasta que pensó que habían desaparecido.



Se convenció de que todo iría bien. Podría sentirse libre, podría estar tranquila. Tomaría el control de sus decisiones. Nada ni nadie la haría llorar. Nadie la haría sentir vulnerable.


Pero descubrió que no era así la tarde anterior.




Fue una palabra pronunciada sin maldad, una palabra dicha con buena intención, una palabra que provocó que sus defensas, que creía solidas como un muro de contención, se rebelaron como débiles cañitas de una empalizada más débil aun.


Pudo escuchar como la empalizada se quebró quedando su corazón al descubierto.


Trató de no hacer caso, trató de no prestar atención. Trató de ignorar las señales. Y lo consiguió. O al menos eso fue lo que pensó.

Hasta que en mitad de la madrugada, su propio llanto la despertó. Un llanto profundo, casi sin sonido. Lágrimas calientes que caían por sus mejillas hasta su cuello. Le faltaba el aire. Salió más por instinto que con habilidad de aquel estado a medio camino entre el sueño y la desesperación.

Logró salir del laberinto en el que se habían convertido las sábanas y se sentó en la cama, cubriéndose el rostro con las manos y llorando como si no hubiese un mañana.

El amanecer la sorprendió rendida, sin fuerza, sin lágrimas, agotada, triste.

Se despertó una hora después y decidió que no se rendiría. Que seguiría con sus planes. Y a pesar de que no tenía energía ni fuerzas, encontró un locutorio, se conectó a internet y entró en su cuenta de correo. Solo echó un vistazo. No abrió, ni respondió documento alguno.

Luego continuó con su plan y encontró la dirección de la biblioteca pública más cercana. El paraíso.

Libros… de todos los tamaños, colores, formatos…nuevos, desgastados, usados. 

Libros. Puertas abiertas a viajes maravillosos. Poesía, teatro, historia, ciencia, geografía, ensayos, relatos, novelas… realidad, ficción…ficción casi real, realidad que supera la ficción…


Libros. Lo único que necesitaba y añoraba. Lo único que podía calmar su dolor. Lo único que la haría evadirse. Más poderosos que cualquier fármaco.

Libros. Guardianes de secretos, ideas, ternuras, amores, sentimientos.


Libros la demostración más clara de que la pluma es más poderosa que la espada.


Pasaría el fin de semana tranquila. Tal vez empezaría a escribir en su Cuaderno En Blanco.
El lunes la vida se abrirá paso de nuevo.


No será sencillo. Pero no se rendiría. Nunca. Es el junco. Siempre será el junco.


Blanca Fernández

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jueves, 20 de marzo de 2014

LA FLOR SIN NOMBRE

Ya hace una semana desde que se bajó de aquel tren. Una semana que ha pasado explorando, tomando notas mentales, reconociendo el terreno, los sonidos, los aromas, descubriendo la luz.

Aunque nunca ha trabajado en un circo, ni ha practicado gimnasia de la llamada olímpica, se siente más cerca de lo que hubiese imaginado de una funambulista.

La primera semana de su nueva vida ha sido como caminar por una cuerda o un alambre, en un espacio sin luz, sin una red que la proteja de una posible caída y sin saber dónde está el final. Sin saber si tan siquiera hay un final.

Por eso va muy despacio. Por eso se mueve a cámara lenta. Desde ese momento se tomará todo con calma. Nada de intuiciones, ni de corazonadas o dejarse llevar. No. Nunca más. A partir de ahora más cerebro que corazón. Por el momento se había llevado más palos y golpes de los que podía resistir. Así que se tomaría su tiempo para recuperarse, curarse, repararse, reponerse… y para conseguirlo necesitaba tiempo y calma.

Estaba sentada en la pequeña terraza que formaba parte de aquella “habitación interior bien orientada”, contemplando la puesta de sol. La primavera había llegado por fin, hacía tres horas.

Para celebrar aquella estación de vida y esperanza había comprado una planta en el Bazar Chino. Una maceta con una flor de cuyo nombre no tenía idea, porque entre que ella no era experta en plantas y flores y que el dueño del bazar no conocía la traducción al castellano del nombre… tendría que encontrar la respuesta en internet.

Se concedía tres días más de “recreo”…pasado el fin de semana empezaría a ser un poco más laboriosa y disciplinada.

Lo primero que quería hacer era buscar una biblioteca pública cercana a su “lugar de residencia”, lo segundo encontrar un locutorio para tener acceso a internet… Era bueno hacer planes, tener objetivos, la mente ocupada… no pensar.

El sol se había puesto y la temperatura había bajado un poco. Dudó entre quedarse un poco más en la terraza o entrar y acostarse. El día había sido largo. Agradable pero largo y estaba un poco cansada.

Entró en la habitación y cerró la puerta de la terraza. No echó la cortina. Le gustaba notar como el sol salía por la mañana.

Había descubierto que le gustaban cosas que a las que nunca había prestado atención. Cosas simples, hechos sencillos.


Antes de apagar la luz de la mesilla de noche…antes de dormirse… un último pensamiento la ayudo a relajarse… sería como el junco… nada la quebraría.
Blanca Fernández

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miércoles, 19 de marzo de 2014

LA EXTRAÑA DEL ESPEJO











Ha sido una mañana productiva, muy productiva. Por fin ha resuelto temas administrativos. Ya se ha inscrito en el registro de clientes de la pensión. Sinceramente era algo que le preocupaba. Lleva dos días y una noche alojada allí y el hecho de no saber a qué atenerse con respecto a su “economía”.

A pesar de que el precio que pagará por la habitación le parece razonable, está convencida de que él le cobra un precio más reducido de lo que podría denominarse “tarifa oficial”. Pero es una intuición nada más.

Después de solucionar el papeleo, ha salido a pasear, con la guía en la mano y una tarjeta en la que figura el teléfono de la pensión guardada en el bolso. “Por si te pierdes” le ha dicho él sonriendo. “Llama y te rescataremos”.

Pero no dará lugar a perderse porque su salida de reconocimiento se limita a la calle en la que ahora vive.

Es una calle estrecha y limpia. El tráfico es escaso por no decir que casi no hay tráfico. Algún coche circula lentamente. Un poco más allá una furgoneta de reparto aparcada mientras el conductor entrega un pedido en el supermercado.

Justo en la acera de enfrente ve un bar pero decide que entrará cuando esté de vuelta.
Sigue explorando la calle con la mirada y decide que caminará hacia la izquierda.

No ha caminado mucho cuando encuentra un bazar chino, lo que resulta perfecto para comprar un pequeño despertador, pilas y varios artículos más que le resultarán muy útiles.


Cuando sale del bazar chino se da cuenta de que dos portales más abajo hay una peluquería y siguiendo un impulso, algo que últimamente se ha convertido en una costumbre, sigue caminando hasta la puerta del “salón de estilismo”. Echa un vistazo al interior antes de entrar y finalmente se decide.

Acude a su encuentro una mujer sonriente, encantadora, dinámica. Se presenta como Eva la propietaria. “¿Cómo puedo ayudarte, cariño?”. 

Y antes de que se dé cuenta, le ha quitado la chaqueta que colgándola en una percha que más que percha es un trozo de alambre con forma de triángulo, la ha acompañado a un sillón bastante cómodo, le ha puesto en el regazo un par de revistas de peluquería profesional y antes de continuar liberando los rizos de una clienta que se ha hecho la permanente, le ha dicho “Tu tomate tu tiempo…sin prisa…porque un cambio de estilo puede cambiar nuestra vida”.

Y ahí está, fascinada por la capacidad de Eva para peinar, teñir, controlar los secadores de pie, en cuyo interior dos clientas disfrutan de una siestecilla mañanera, y mantener dos conversaciones al mismo tiempo.

Cuando llega su turno, le confiesa a Eva que las ilustraciones de las revistas de moda capilar más que darle ideas le han dispersado las propias.

“¿Y que quieres tu? ¿Qué puedo hacer por ti?”. Bien, necesita un corte de pelo cómodo que resulte confortable y que no requiera demasiada atención.

Eva, sin quitar la vista del espejo de la peluquería continua hablándole a su reflejo…es algo que resulta siempre irreal, extraño.

Con suavidad hace que su cabeza gire a un lado y a otro y empieza a explicarle lo que resultaría adecuado.

Y una hora después, le ha cortado el pelo, de forma que no reconoce a la extraña que la mira asombrada desde el espejo.

Lo que ve le gusta. Ha recuperado la forma ondulada del cabello, parece que tiene vida e incluso los rasgos de su cara se han suavizado.

Camino de la pensión, no deja de mirarse en los aparadores de las tiendas y de pensar en que constituye una forma de definir su nuevo yo.


Definitivamente empieza a gustarse…
Blanca Fernández

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lunes, 17 de marzo de 2014

DULCINEA






Se ha despertado temprano, antes de que el sol saliese. Su cuerpo empieza a funcionar, empieza a reaccionar. Por primera vez en años, no siente que su cabeza está “metida en una pecera”, no le pesan los huesos y su cerebro procesa las ideas con cierta agilidad. 

Aunque se repite como si fuese un manta “no hay prisa”, sabe que es necesario trazar una hoja de ruta. 

Sin querer sonríe. Se ha hecho gracia. Parece un político cuando hablan de encontrar soluciones a los problemas que ellos mismos han creado, trazando previamente una hoja de ruta. Pandilla de incompetentes. 

Por el momento el primer punto de su hoja de ruta será ducharse, vestirse y peinarse. El segundo desayunar. Y luego ponerse al día con los temas administrativos. 

Inscribirse como huésped en la pensión, tomar decisiones económicas. Sin olvidar temas médicos. Eso es vital para ella. Necesita resolver el tema médico. Aunque puede permitirse no trabajar durante seis meses, porque ahorró cada céntimo que llegó a sus manos. Pero en sus planes no entra permanecer inactiva durante tanto tiempo. 

Lo que pasa es que como dijo John Lennon “la vida es lo que pasa mientras haces planes” y no puede olvidar, no debe olvidar que la crisis económica no permite milagros ni alegrías a la hora de buscar-encontrar trabajo. 

Si ya resulta poco menos que imposible en las circunstancias actuales, si eres mujer, no eres joven y añades al curriculum problemas médicos, la tarea de encontrar trabajo se convierte en una pesadilla. 


Decide que seguirá pensando y reflexionando mientras se ducha. Por fin presta atención a su equipaje. No tiene idea de que tiempo hace. Así que no sabe que ponerse. 

Nunca le ha preocupado excesivamente la moda. Bueno, siendo sincera la moda, el tema de la ropa, elegir, buscar, comprar ropa le ha resultado una perdida de tiempo, un problema más complicado que resolver ejercicios de matemáticas. Y teniendo en cuenta que en matemáticas es nefasta…

Lo mejor será salir a la terraza, tomar el pulso al aire, al amanecer y entonces decidir. 

Coge de los pies de la cama un chal que Inés le prestó ayer y se lo echa sobre los hombros. Es agradable y abriga suficiente como para no enfriarse. 

El sol está saliendo. Le gusta contemplar como la luz rompe la noche. Los tonos malva, rosa y dorado se imponen al azul oscuro. El cielo nocturno le recuerda a una pieza de terciopelo sobre el que un experto en diamantes deja caer gemas de brillo hipnótico. 

El aire es fresco. Así que se vestirá con alguna prenda de abrigo. 

Otro de los temas que debe resolver cuanto antes es que hacer con su pelo. Olvidó el secador en casa y ese es un pequeño problema. Por una parte puede comprar uno nuevo. Pero lo más sensato sería encontrar una peluquería, consultar precios y cortarse el pelo. 

Se demora unos minutos en la ducha. Se relaja bajo el chorro de agua templada. Nunca le ha gustado el agua fría y no soporta el agua muy caliente. Le pasa lo mismo con la leche, las infusiones o la comida. No soporta la sopa caliente aunque sea un día muy frío. 
Cierra el agua y empieza a secarse con suavidad. 


Sale envuelta en una toalla de baño gruesa y no puede evitarlo, pega un respingo y grita. 
Pero se recupera pronto. Es preciosa o precioso. No sabe si es macho o hembra. 

Sentada cómodamente sobre la ropa que ha dejado en la cama para vestirse, la observa con curiosidad. Es gris. Esbelta. Al contrario que ella, no se ha asustado. 

Escucha que llaman a la puerta con suavidad. “Adelante”. Es el dueño de la pensión. Calzado con zapatillas y vestido con pantalones tejanos y una camiseta blanca de manga corta, lleva la cara cubierta de jabón de afeitar. Se nota que está incómodo. 

Le pide disculpas. Detrás de él se escucha una voz clara y risueña. Se aparta para que alguien entre. 

La intrusa salta de la cama ágilmente, camina con elegancia hacia la puerta y deja que unas manos pequeñas y delicadas la cojan. 

Ella sigue envuelta en la toalla de baño y empieza a sentir frío. 

Él se disculpa de nuevo y hace las presentaciones. La intrusa gris es Dulcinea la gata de su hija, Alicia. La niña la saluda con una sonrisa y se marcha con la gata en brazos. 

Se quedan a solas. Él le pide disculpas de nuevo. Ellos no viven en la pensión, sino en el piso de abajo. Normalmente la gata no sale a la escalera, pero en un descuido de Alicia ha subido por la escalera. Llevaban diez minutos buscándola cuando la han oído gritar.

Lo lamenta mucho. Promete que no volverá a suceder. Antes de salir al pasillo, le dice que el desayuno estará servido en media hora.
Cuando se queda sola deja caer la toalla al suelo y empieza a vestirse, repasando cada pieza de ropa, porque probablemente encontrará pelos de Dulcinea.

Vestida, calzada y peinada, cierra la puerta de la habitación. Primero desayunará y luego empezará con su hoja de ruta. 

Blanca Fernández

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