martes, 1 de abril de 2014

EL MIRADOR JUNTO AL MAR

Aunque le ha costado un terrible esfuerzo, ha logrado levantarse temprano. Sigue acusando el cambio de hora y la crisis de ansiedad del día anterior. Siente su cuerpo, sus articulaciones, de goma derretida y pesada.
Pero se empuja, se obliga, se arrastra hasta el cuarto de baño para ducharse con agua templada y al final, respirar profundamente y girar la llave hasta que el agua sale fría, helada. Tanto que duele.
Grita, se queja, llora, moquea, maldice… y cierra rápido la llave del agua, con los ojos cerrados busca la toalla y se cubre todo el cuerpo…
Muerta de frío se pregunta cómo pueden algunas personas bañarse en invierno en agua de mar, en lagos helados o ducharse con agua fría justo como acaba de hacer ella.
Cuando por fin recupera el tacto en los dedos empieza a vestirse y se prepara para el desayuno.
Es la primera en entrar en la cocina. Inés dejó todo preparado antes de irse a casa. Así que decide que ha llegado el momento de seguir con su vuelta a la normalidad.
Y el primer paso será preparar el desayuno para el resto de la comunidad.
Poco a poco la casa se llena de sonidos conocidos. Poco a poco todos aparecen en la cocina y se mueven con delicadeza entre las sillas, la mesa, la nevera… cubiertos, platos, vasos, tazas…olor a pan tostado, botes de mermelada que se abren… aroma de fresa y melocotón…café recién hecho…cacao…risas, muchas risas y carcajadas y planes y algún bostezo disimulado… Cuando todo acaba de nuevo, manos solicitas recogen lo utilizado y ordenan la cocina.
El dueño de la pensión antes de dejar la mesa, le pregunta si está ocupada. Le gustaría que le acompañase a llevar a Natalia al colegio. Aprovechando que tiene el día libre… quiere comentarle una cosa.
El trayecto en coche es agradable y animado. Alicia no deja de hablar, de contar chistes y de cantar.
Al llegar a la puerta del colegio, casi olvida despedirse, porque un grupo de niñas la esperan en la entrada.
Él sonríe, pone de nuevo en marcha el coche y le dice que quiere llevarla a un lugar que seguro le gustará. Después de media hora llegan al paraíso, que está en las afueras de la ciudad al final de una curva.
Cuando salen del coche, la guía hasta un mirador desde el que se divisa un paisaje espectacular.
Se sientan en un banco y durante unos minutos permanecen en silencio.
-¿Qué tal te va?-pregunta él sin apartar la vista del mar.
-Bien…bueno…yo…
Él sonríe.
-Ya sé que esperabas una pensión al uso. Normalita. Con algún huésped, sin demasiado ruido…
-Digamos que mi idea de cómo funciona una pensión se basa más en lo que he leído en algunas novelas que…
Él sonríe
-Pareces una chica más de hotel que de pensión.
-Una chica –no puede evitar una carcajada- hacía tiempo que no me llamaba así.
-Me gusta…
-¿El qué?
-Cuando sonríes. En dos semanas no te he visto sonreír en ningún momento. Ya me dijo Clara que…
-Si…digamos que estoy en fase de búsqueda…
-No resulta sencillo
-Con vosotros alrededor no tengo demasiado tiempo para pensar.
-Lo siento, ya sé que resultamos…un poco…
-Diferentes. Manuel me contó el domingo en la playa casi todo sobre vosotros.
-Menos mal que fue “casi”… -por un momento deja de sonreír- lo hemos pasado mal, muy mal antes de encontrarnos. No sabría decirte cuál de todos llegó más tocado. Pero cuando llegó Alicia, dejamos de lamentarnos y nos pusimos en marcha.
-Creo que lo habéis conseguido.
-Ella lo vale todo. Es nuestro centro de gravedad. Tú le caes bien.
-Me alegro. Es preciosa.
-Se parece mucho a su madre.
De nuevo se quedan en silencio.
-Pero no te he traído para hablar de esto. Verás me ha comentado Clara que eres una gran lectora.
-Sí. Cada uno tiene una pasión o una vía de escape según se mire, y los libros son la mía.
-Necesito tu ayuda… digamos que con el apartamento en el que vivimos Alicia y yo heredé también una cantidad de libros que ocupan un par de habitaciones. Y necesito que alguien ponga un poco de orden.
-Por mi perfecto. Desde que llegué intento ir a la biblioteca pública.
-Si quieres puedes empezar mañana, después del desayuno. Sin prisa. Quiero decir que a tu ritmo. Que yo no quiero que creas…
-Tranquilo. Digamos que es un favor mutuo…tu pones un poco de orden en tus libros y yo lo paso en grande. ¿Y cuando acabe, que harás con ellos?
-He pensado que podría donar algunos a la biblioteca infantil del barrio. Y el resto que estén a disposición de todos y especialmente para que Alicia pueda consultarlos en el futuro. Me gustaría que comprendiese que no todo está en internet, que los libros son algo valioso, necesario.
-Tengo una idea… ¿Qué te parece si le pido a Alicia que me ayude en alguna ocasión?
-Buena idea… tu decidirás cuando y como. Y ahora, creo que ha llegado el momento de volver. Inés seguro que ha preparado ya la comida. ¿Vamos?
Se levantan del banco y regresan caminando al coche. Una vez dentro y mientras él lo pone en marcha, es incapaz de dejar de mirar el paisaje.
-Es una maravilla –parece que le ha leído el pensamiento- el mejor lugar desde el que disfrutar de las vistas. Está demasiado alto como para que el alcalde considere la posibilidad de construir alguno de sus desastres urbanísticos. Bueno, por lo menos hasta ahora.
-Pues me alegro porque sería un crimen que alguien estropease este sitio.
Dejan atrás mirador y entran en la avenida que lleva al centro de la ciudad.
Ella duda pero se decide.
-¿Puedo hacerte una pregunta?
-Sí… ¿Dime?
-¿Cómo conociste a Clara?
Él sonríe.
-Vaya pensaba que sería sobre algo más comprometido –no deja de sonreír- Digamos que nuestra Clara me salvó de mí mismo. Hace veinte años que somos amigos. Nos conocimos cuando yo vivía en vuestra ciudad. Digamos que no pasaba por el mejor momento. Clara era mi compañera de departamento. La noche en que toqué fondo definitivamente me acogió en su casa, sin hacer preguntas y me cuidó hasta que recobré mi condición humana. Un mes más tarde mi tío murió y regresé convirtiéndome en propietario de una pensión destartalada y un piso de soltero en la planta de abajo. Clara me visitó varios fines de semana, ayudándome incluso con la decoración, a poner orden… yo no necesitaba la pensión para vivir sigo con mi trabajo. Pero algo me obligó a conservarla. Luego llegaron los demás y al final Alicia. Así que cuando Clara supo lo que planeabas pensó que aquí estarías bien, encontrarías un punto de partida…y eso es todo.
Ella tarda un poco en responder.
-Muy propio de Clara. Siempre dispuesta a ayudar.
-Si estoy cuerdo y vivo es gracias a ella.
-Y en mi caso tú has contribuido a que pueda vivir de nuevo.
-No exageres. Eso es una decisión personal. Lo único que necesitamos además de ese instinto de supervivencia es contar con ayuda. Así que como yo lo conseguí gracias a Clara y a otra gente, creo que lo justo es hacer lo mismo por quien lo necesite.
-Vaya, me he quedado sin palabras.
-Eso es que tienes hambre… -vuelve a sonreír de nuevo- Justo a tiempo, estamos en casa.

Como esperaban Inés había preparado la comida. Comieron solo los tres porque el resto se había quedado en el trabajo y Alicia comía en la escuela.
Después del café bajaron para que ella echase un vistazo a los libros y más tarde fueron a recoger a Alicia.


Entre meriendas, deberes, charlas y juegos llegaron los demás y el día acabó de forma perfecta. Había sido uno de los mejores días de su vida. 


Blanca Rosa Fernández

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