domingo, 23 de marzo de 2014

UN BANCO EN EL PARQUE. LONDRES.




El fin de semana está resultado más agradable de lo que nunca hubiese imaginado.

El sábado se dedicó a explorar la ciudad guía en mano y descubrió rincones inspiradores.

Como el día se había levantado gris y el ambiente era fresco, no encontró a mucha gente por la calle.

Madres con niños camino de la compra. Adolescentes en grupo riendo y hablando en voz alta, muy alta. 

Miembros de la tercera edad caminando muy despacio. Padres paseando mascotas caninas, porque a pesar de las promesas, sus hijos miran para otro lado cuando llega el momento de sacar al perro a que “le dé el aire” fumando a escondidas porque el médico les ha prohibido el tabaco.

Había salido a la calle temprano y caminó a buen paso hasta el mediodía y no se detuvo hasta que su estómago protestó airadamente.

Entró en un parque público y se sentó en un banco bajo un árbol para comer con calma el bocadillo que Inés le había preparado.

Acabado el bocadillo descubrió que Inés también había metido en la bolsa dos mandarinas, un paquete de galletas y una botella pequeña de agua.



Satisfecha y tranquila, cierra los ojos y presta atención a los sonidos del parque. 





Risas infantiles amortiguadas por la distancia y el rumor de las hojas de los árboles, pájaros que cantan como si no hubiese mañana… escucha los sonidos de forma intermitente… el viento los trae y los lleva.

No recordaba esa sensación. Es como flotar. Sentirse ligera. Todo y nada importa. Todo y nada.

Continúa con los ojos cerrados. De pronto está en otro lugar, en otro momento. Agosto de 2003. Londres. El verano más caluroso en décadas. Europa se derrite. Y Londres no es una excepción.
Cuando el avión aterrizó en Gatwick no le sorprendió que el cielo fuese gris y denso, que lloviese suave y constantemente, que el viento fuese fresco.


La sorpresa llegó al día siguiente cuando al salir de la residencia universitaria descubrió un sol brillante, intenso, espectacular inundaba las calles, las plazas, toda la ciudad.
El cielo sin nubes, azul intenso, una turquesa perfecta. En cada rincón, a cada paso flores de colores brillantes, formas diversas. La vida se abre paso.



Había leído decenas de libros que describían el verano Londinense como una posibilidad de disfrutar de vida al aire libre. Pero una cosa era leerlo y otra verlo, sentirlo, disfrutarlo.

Cada día atravesaba Hyde Park de ida y de vuelta. Entraba por la escalinata cercana al monumento al Prince Albert, junto al Albert Hall puesto que se alojaba en Prince Consort Road. Regresaba antes del ocaso entrando al parque cerca de Speakers Corner.


Ardillas, pájaros, ocas, cisnes, jinetes y amazonas cabalgando caballos y yeguas absolutamente majestuosos… el paraíso en medio de la ciudad.




No le apetece abrir los ojos y romper el hechizo que la había llevado a aquel maravilloso rincón de sus recuerdos.
Londres… paseos cerca del río, museos, paseos nocturnos tras la cena en un restaurante cuya terraza estaba situada en el interior de una “isla” de edificios tranquilos y armoniosos construidos alrededor de un roble, parecido a otros ejemplares inmortalizados en cuadros maravilloso de famosos paisajistas ingleses del siglo XVII.



Covent Garden. Un restaurante inaugurado en el siglo XVIII, rosas amarillas pequeñas y delicadas en jarrones de porcelana blanca sobre las mesas, la luz del sol de una intensidad que te obliga a alargar la mano para tocar el tono crema intenso que te rodea… manteles de hilo blanco…y de pronto el bullicio se detiene, el aire se transforma en delicado cristal … y suena una voz que hace que tus lágrimas caigan dulce y suavemente… si los ángeles existen, tienen esa voz y cantan ópera así… un violín la acompaña… el tiempo no existe, nada existe, el mundo se ha detenido… sabe que siempre guardará ese instante en su alma, que cuando las cosas sean difíciles y complicados, cuanto todo duela, podrá rescatarlo… y disfrutar del perfume de las rosas, el tacto de los manteles… y esa voz angelina.



Sigue con los ojos cerrados. Londres. Trafalgar Square. Un día de calor insoportable. En cada esquina de la plaza grupos de música caribeña…en las fuentes grupos de chicos y chicas vestidos con uniformes de agrupaciones scout que se zambullen en el agua para refrescarse.

Fueron dos semanas en las que sus ojos y su alma se renovaron. En las que aprendió que la vida estaba llena de colores y matices. Que lo diverso era maravilloso. Que cada ser era especial.

Y por fin una frase tuvo sentido. Cuando le preguntaron a un londinense ilustre sobre su ciudad favorita respondió “Amigo mío quien esté cansado de Londres, está cansado del mundo”.



En los últimos años, ha repetido este viaje decenas, ciento de veces. Cada vez que se ha sentido perdida, que su mundo se ha hundido un poco más. Cada vez que su corazón le ha dolido tanto que ha estado a punto de estallarle, ese viaje le ha devuelto la paz.




El sol de Londres. El Támesis. Greenwich.El Cutty Sha Brighton. El océano. Verano de 2003.

Una ráfaga suave de aire fresco hace que abra los ojos al fin. Consulta la guía de la ciudad. Por hoy es suficiente. Está cansada.

Decide volver a la pensión. Mañana continuará explorando… la ciudad, la vida, sus sueños…









Blanca Fernández

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