domingo, 18 de mayo de 2014

ENCONTRAR PALABRAS

Tres meses después el cuaderno sigue en blanco. No ha tenido tiempo para escribir. 

Mientras, mira el cuaderno que continua sobre el escritorio en el mismo lugar en que lo dejó el primer día. 

En esos 90 días han salido a su encuentro decenas de historias sobre las que escribir. Pero no ha logrado hacerlo. Algo le bloquea. 
Escribir por cuenta propia, porque simplemente te apetece, no resulta fácil. No es igual que escribir por encargo. 

Cuando ha escrito un guion ha resultado sencillo. Conoce las estructuras, la forma, el lenguaje, las pausas. Sabe de antemano como sonará en las voces de quienes lo interpreten ante el micrófono, el momento justo en el que entrará la música o un efecto de sonido. 
Cuando ha escrito un reportaje, un artículo, cuando ha transcrito una entrevista…ha resultado sencillo. 

Primero documentarse, después buscar datos actuales, compilarlo, redactar y finalmente darle el toque personal, el estilo que cada autor, cada redactor le da a sus textos.

Pero si intentar escribir un relato, un cuento resulta complicado, una novela resulta una tarea, una empresa tan difícil como escalar una montaña sin equipo ni preparación. 
No importa cuantos manuales consultes, ni cuantos foros sobre el tema, ni cuantas charlas con “escritores” tengas… llegado el momento de empezar te quedas en blanco y…por fin un día se produce el milagro…y la historia se despliega ante tus ojos y lo consigues…la primera palabra, la segunda, la tercera…y como si fuesen las cuentas de un rosario, las palabras de una oración antigua y hermosa, se enlazan y empieza la historia.

Pero constantemente te bloqueas, sudas, te quedas en blanco. No haces un esfuerzo como el que realiza alguien que trabaja estibando en el puerto o quien pasa horas de pie reponiendo género en un comercio. Pero es un esfuerzo emocional intenso y doloroso, puesto que en ocasiones la ficción, o lo que pretendes que es ficción, tropieza con un obstáculo real en el camino. Ese obstáculo es el ocasiones una vivencia personal traumática que al tiempo que te sirve de inspiración te duele y escuece como si no hubiesen pasado los años.

Cientos de historias que contar pero la duda de a quien le pueden interesar. 

Cientos de cuadros e imágenes que describir pero la duda de si al final se convertirán en un relato que le interese a alguien.

En el tiempo en que casi nadie sabía leer y menos escribir, contar historias era mucho más que una forma de ganarse el pan. Era una forma de conservar tradiciones, de crear lazos…la tradición oral. 

Pero escribir historias, contar historias en un tiempo en el que la información satura el mundo, en un tiempo en el que hemos perdido el ritmo que requiere paladear una historia, es poco menos que una aventura imposible.

Acaba de ver una película interpretada por un gran elenco. Una historia dramática, cruda, dificil. Ha sido una experiencia maravillosa. El nivel actoral era increíble. Pero los actores, las actrices lo tuvieron relativamente fácil. Porque el guion era magistral. 

Tantas frases maravillosas, tantas escenas maravillosas.

Todas creíbles, posibles. La mayoría dichas por alguien en un rincón del planeta en un momento difícil. Un retrato de las relaciones humanas, de las segundas oportunidades, de la necesidad de tomar decisiones personales en momentos extremos. 

Un guion maravilloso. Algo excepcional. Una obra maestra. 

Hace dos días ha leído a Irène Némirovsky, la Suite Francesa. 

La necesidad compulsiva de la autora de escribir a diario incluso mientras se escondía con su familia durante la persecución de los judíos llevada a cabo por los Nazis en Europa. 

Y sigue mirando su cuaderno en blanco convencida de que a pesar de las decenas de historias que tiene por contar, que quiere contar, no sabe como empezar. No encuentra la primera palabra que le lleve hasta el milagro, el pequeño milagro que cientos de autores, de autoras han encontrado antes que ella. 

Cree que tras tantos años escribiendo por encargo, ha perdido la magia, ha perdido la conexión con las palabras. Está vacía. Se siente vacía, agotada. 

Mira a través de la ventana el cielo, las estrellas. Escucha los rumores de la noche y espera. Espera la señal.

Pero no llega y se duerme esperando la señal que le indique el camino hasta encontrar la primera palabra, el primer paso del camino. 


jueves, 15 de mayo de 2014

QUIEN TE RECORDARÁ...





Lleva menos de 24 horas de reposo y ya está harta, cansada, agobiada. Todos la cuidan, se preocupan por ella… y aunque lo agradece hace tiempo que descubrió que es mejor cuidadora que paciente. 

No es una cuestión de “orgullo”, es una cuestión de incomodidad, timidez. No le gusta molestar. 

Por eso le gustan las nuevas tecnologías. Porque permiten que dejes mensajes y que otros los reciban y los respondan cuando puedan y si la respuesta llega cuando no estás conectada mejor.

Sus amigas más íntimas, aquellas que la conocían desde el parvulario conocían su “pequeño problema de comunicación” y siempre que planeaban una salida, una fiesta, una actividad, tomaban la iniciativa y la llamaban facilitando que participase. 

Era habitual que cuando se relacionaba con alguien, esta persona pasado un tiempo le confesara que al conocerla la primera impresión había sido negativa. 

La gente pensaba que era fría, altiva, orgullosa… y tan solo era tímida. 

Por eso se siente incómoda al pensar que debe guardar reposo un par de días más. No es nada grave pero reducir la actividad es aconsejable. 

Inés le ha prestado una revista de las que la abuela llamaba de “peluquería”. Al recordar a la abuela sonríe. No aprendió nunca a leer ni a escribir y cuando la aprendiza de la peluquera le ofrecía una revista para matar el rato mientras estaba bajo el secador, ella le decía “gracias niña, pero es que me he dejado las gafas de leer en casa”. Era una superviviente, una auténtica superviviente. 

Por segunda vez en pocos segundos descarta un pensamiento melancólico y centra su atención en la portada de la revista de “peluquería”. 

Excepto las páginas dedicadas a recetas de cocina y cuatro temas más…no comprende como tanta gente ociosa puede generar tanto ruido, tanto interés…nunca lo ha comprendido. 
Lo cierto es que no aportan nada socialmente. No escriben libros, ni participan en proyectos científicos… transitan por la vida de fiesta en fiesta, de evento en evento, de alfombra de lujo a alfombra de lujo… parejas que se unen, que se rompen, que se reúnen… intimidades vendidas, amores mercadeados, adopciones, bautizos…
Y lo más fascinante era el número de lectores, seguidores…de gente que vive pendiente de estas celebridades.

Mientras reflexiona sobre todo esto, continua pasando las hojas hasta que llega a un reportaje que muestra a una “famosa” posando en todas y cada una de las estancias de su nueva casa. 
Lo que llama su atención es el dato referido a la edad de la protagonista del reportaje. 
Comprueba que la famosa es díez años más joven que ella. Lo que le sorprende y mucho, porque siempre estuvo convencida de que era mucho más mayor. La recordaba protagonizando escándalos, fiestas, rupturas y demás desde siempre. 

Y no puede evitar preguntarse…como ha hecho en otras ocasiones sobre su propia vida. 
Ha reflexionado sobre este tema en otras ocasiones. Especialmente cuando conocía la edad de algunos y algunas de sus coetáneos y comparaba su biografía con la de ellos, de ellas. Formación académica, experiencia laboral, logros conocidos. 
No le movía la envidia o la necesidad de reconocimiento. 
La movía el temor a desaparecer del mundo, a morir y que no quedase un solo vestigio de su paso por la Tierra. 
¿Cuándo ya no estuviese, la recordaría alguien, quien? 
De la gente de su sangre ya no quedaba casi nadie. Sus amigas aunque la querían, tenían sus propias familias y ella para los hijos y las hijas de sus amigas, era la “amiga de mamá, de cuando mamá iba al cole, una reliquia del pasado de mamá”. No era parte de la familia. Era la cara que aparecía en muchas de las fotos familiares pero que resultaba difícil ubicar, identificar. 

Antes de dejar la Tierra, encontraría el amor. Ese amor del que todos hablaban, bien o mal, pero hablaban, por experiencia propia. 
¿Compartiría paseos con alguien? ¿Se daría la vuelta medio dormida en la cama de madrugada y percibiría el calor de otro cuerpo conocido y querido junto a ella? ¿Llegaría a una casa y alguien la esperaría?

Miró de nuevo la cara de la famosa. Era una cara conocida, famosa, pública. Aparentemente su vida estaba resuelta. 

E igual que cuando veía a sus amigas, con sus parejas y sus hijos, y una vida que nadie decía que fuese de cuento de hadas, porque eso queda en la ficción… no podía evitar que sus pensamientos llegasen una y otra vez a la misma conclusión. 

En que parte, recodo, curva, bifurcación del camino de la vida se equivocó…es que parte tomó la decisión errónea que la llevó a vivir como hasta ahora…dando vueltas, perdida, intentando a pesar de su edad, encontrar por fin un lugar en el mundo en el que detenerse para descansar y echar raíces. Un lugar en el que detenerse y descansar hasta el día final. 

Y como siempre no encontró respuestas. Únicamente la sensación de pérdida. La extraña sensación de haber perdido lo que incluso no ha tenido, no tiene y probablemente nunca tendrá.


domingo, 11 de mayo de 2014

SOÑAR, VIVIR





Lo que en principio solo sería comprar unos cuantos muebles, se convirtió casi en una reforma digna de un documental sobre casas y decoración.


Alicia,él y ella pasaron un día entero recorriendo pasillos y departamentos, eligiendo y, probando los muebles que necesitaban para la habitación de la niña.


A los 5 minutos de empezar el recorrido, recordó porque no soportaba ir de compras. Para ser exacta no era el hecho de ir de comprar. Lo que la agobiaba era tener que elegir. Nunca había tenido la oportunidad de elegir. Nunca. Así que imaginaba que otras mujeres se sentían cómodas con aquella actividad porque estaban entrenadas.

Prefería perderse en una librería o comprando música. Comprar ropa, zapatos, maquillaje o complementos, no resultaba prioritario en su vida.

Después de los muebles, llegaron a la conclusión que también era necesario pintar la habitación, comprar cortinas nuevas…

Después de pasar tres semanas moviendo muebles, limpiando suelos, rascando pintura vieja, rellenando agujeros para igualar la pared…el resultado era satisfactorio.

Todos habían participado. Matteo aportó sus ideas sobre decoración. Manuel mantuvo a Alicia alejada de aquel lío. Inés les alimentó. Y ella descubrió que no había olvidado que coser la relajaba.

Por lo menos para Alicia que estaba encantada de tener su habitación, su espacio, para leer, hacer los deberes, jugar… Estaba encantada. Tanto que resultaba difícil que llegase puntual al comedor para comer o cenar.

La única que no estaba tan entusiasmada con los cambios fue Dulcinea. Sabían que la gata continuaba en la casa porque la bandeja del pienso y el cuenco del agua aparecían vacíos puntualmente.

Hasta que el silencio no volvió al piso de abajo, hasta que no dejaron de dar golpes de martillo y arrastrar muebles, Dulcinea no hizo acto de presencia.

No dejó que nadie se acercase a ella ni la acariciase. Les hizo saber de todas las maneras posibles lo indignada que se sentía por haber sido tratada con tan poca cortesía.
Solo cuanto le ofrecieron un soborno en forma de una cama y juguetes nuevos, empezó a mostrarse más amable con sus súbditos.

Ella empezaba a relajarse y a fantasear con su nueva vida. Era casi perfecta, de libro. Y ese era el problema. No podía dejarse arrastrar por una ficción.

Alicia no era su hija, ni su sobrina. Nada les ataba, excepto el afecto que empezaban a sentir mutuamente. Él no era su pareja, ni su marido y seguramente nunca irían más allá de una amistad, que probablemente sería buena y sólida. Manuel e Inés no eran los abuelos ni Matteo el tío ideales.

Pero resultaba tan fácil dejarse llevar por aquellas sensaciones, aquellos hilos invisibles que se tejían a cada segundo, lentamente.

Era tan agradable dejarse llevar por la rutina de una vida cotidiana tranquila y sin altibajos.

Le quitó el cuento de las manos a Alicia, que por fin se había dormido. La observó con atención. Las pestañas, las mejillas, el pelo largo negro y rizado. Respiraba con suavidad. Estaba tranquila.

Dejó la puerta de la habitación entreabierta, para escuchar si el sueño de la niña se interrumpía.
Caminó casi de puntillas porque no quería que él se despertase.

No quería, no podía, no deseaba que nada, que nadie hiciese estallar su burbuja, su sueño, aquella ficción cálida. Al menos no esa noche.

Le habían enseñado que los adultos no tienen fantasías ni viven ilusiones. Pero era tan reconfortante experimentarlas.

Quedaba tiempo, suficiente, demasiado, para vivir la fría realidad. Esa realidad que la había arrastrado hasta aquel lugar, porque casi pagó un alto precio, casi pagó con su vida el tributo que le exigía la realidad.

Resultaba agradable echar un vistazo al otro lado del espejo, a la cara oculta de la luna, a esa vida que otros describían como propia.

Cada día observaba durante unos instantes su cara en el espejo del cuarto de baño y trataba de adivinar qué era lo que la hacía distinta a los demás, cuál era el defecto que le impedía ser como los demás…enamorarse, que se enamorasen de ella, que la amasen, amar… y aparentemente no descubría nada extraño.

Entró en la habitación y sin encender la luz ni cerrar la puerta, se acostó con el corazón centrado en que sus sueños continuasen dibujando nuevas escenas de su vida de ficción.

Estaba demasiado cansada como para pensar en el nuevo día que llegaría. 

Los sueños constituían un refugio que nada ni nadie podían destruir. Que nada ni nadie le podían arrebatar.

viernes, 2 de mayo de 2014

LEER EL CIELO

Después de la cena ha bajado a acostarse. No está cansada ni tiene sueño pero necesita estar sola. 

Ha seguido las conversaciones en el comedor sin prestar atención. Aunque intentaba seguir el hilo de las palabras, de las risas, de las preguntas sin quererlo su mente estaba lejos, muy lejos de allí.

Cuando Inés y Matteo le han preguntado si estaba bien ha improvisado la respuesta. Le dolía la cabeza. Seguramente es cosa del tiempo, se ha resfriado.

Inés le ha preparado una infusión y le ha dado una aspirina. Después de tomársela se ha retirado a descansar.

Ahora está en la terraza, con una manta sobre los hombros porque ha refrescado. La noche es clara y agradable. Aunque algún vecino escucha la televisión a un volumen un tanto alto la ciudad está en relativa calma.

Se ha sentado a mirar el cielo, las estrellas. En momentos como este recuerda lo mucho que le hubiese gustado aprender a leer el cielo.
Solo sabe buscar a Venús. Y evidentemente la luna.

Le gusta la luna. Le gusta contemplarla. Prestar atención a sus ciclos. Contemplar como desaparece, reaparece lentamente y se convierte en un disco brillante y hermoso.

Ninguna de las metáforas, de los adjetivos, de los versos, de las frases escritas y pronunciadas sobre la luna describen la magia que desprende aquel satélite.

No le importa que sea una masa compacta suspendida en el espacio que refleja la luz…no le importa en absoluto. La encuentra hermosa y fascinante. Eso no cambiará nunca. No sabe leer el cielo pero conoce a la Luna y Venús y eso para ella es suficiente.

Está perdida en sus pensamientos, contemplando el cielo, cuando una voz la hace volver a la realidad.

Es él, que ha bajado para comprobar si se encuentra bien.

Se disculpa. En realidad la hubiese dejar tranquila pero Inés le envía y cuando Inés da una orden…Ella sonríe…le comprende. Puede decirle a Inés que está bien que solo es un resfriado.

Pero él parece que no tiene intención de irse.
Se ha sentado a su lado y ahora está en silencio, mirando al cielo, a las estrellas.
No le ve porque está oscuro pero intuye su sonrisa.

Le cuenta que cuando era niño pasaba los fines de semana participando en actividades diversas con un grupo excursionista.

Sus padres le inscribieron porque de esa forma le obligaban a respirar aire puro y a tener contacto con otros niños. Si hubiese dependido de él, no habría salido de casa, de su habitación. Pasaba el tiempo leyendo, estudiando, dibujando.

Lo único que aprendió en aquellas salidas con el grupo fue a distinguir alguna estrella y a hacer fuego sin cerillas ni mechero.
Y sin que ella se lo pida empieza a leer en voz alta el mapa del cielo.

A ella se le dispara el corazón. Nunca había escuchado como suena su voz sin tensión, cuando está relajado. Incluso su cuerpo está relajado.

Lo cierto es que no le importa lo más minimo lo que le cuenta sobre estrellas, constelaciones y demás. Lo cierto es que no quiere que deje de hablar.

Pero como si le hubiese leído el pensamiento, él se detiene y le pide excusas. Habla demasiado.

Y ella está a punto de decirle que “no pares de hablar, no te detengas, sigue. Me encanta como suena tu voz. Es una sensación maravillosa. Me relaja, es como flotar. Te escucho y nada importa.” Él se da la vuelta y se sienta de nuevo.

Si mañana no tiene nada importante que hacer ¿querría acompañarle a elegir unos muebles para Alicia? Ha pensado en cambiar la habitación, pintarla con los colores preferidos de la niña…

Le responde que sí, claro que le acompañará. Será divertido. Es una buena idea.
Casi le ha oído suspirar cuando ella ha aceptado.

Se levantan al mismo tiempo de las sillas y con el impulso tropiezan. Él la sujeta para que no se caiga. Es un segundo. Suficiente. 

Ha visto ternura en sus ojos. No es tan duro ni tan serio. Es tan vulnerable como ella.
Le cede el paso y ella entra primero en el salón. Se desean buenas noches y cada uno entra en su habitación.


Cuando se acuesta y apaga la luz de la mesilla de noche sabe que no podrá dormir. Pero esta vez no le importa. Y sonríe. 

Blanca Fernández

En Twitter: @MrsDarcyFitz
En mi correo electrónico: truckpy@gmail.com
En la Radio, Martes 13:00 , La Notaria Viajera, www.radiomania.es/viajes/ 
En la Radio, Domingos de 19:00  a 20:00 , El Prat Radio, La Buhardilla,  Les Golfes

Gracias a todos por vuestra lectura y comentarios, 

miércoles, 30 de abril de 2014

AMOR, ESPERANZA...ORGULLO Y PREJUICIO





Cae la tarde. Ha refrescado pero ella no lo nota. Se ha acomodado en un sillón frente a la terraza y aprovecha la última luz del día. 
Entre los libros de la biblioteca encontró hace tres días un ejemplar en edición de bolsillo de Orgullo y Prejuicio, la “obra” de Jane Austen.

Hacía tanto tiempo que no leía a Austen, que no disfrutaba de su obra, de sus frases, su ingenio, las tramas que a pesar del tiempo transcurrido, de  la distancia entre el siglo XIX y el siglo XXI, Jane Austen le parece absoluta, totalmente fresca, viva, actual.

Ha visitado de nuevo los paisajes que descubrió en la adolescencia, ha suspirado por Mr Darcy y ha envidiado a Elizabeth Bennett.
Está sola en casa. En silencio. 

Con los ojos cerrados pensando en su vida pasada y en su vida presente. En el futuro prefiere no pensar porque no tiene claro si será un ejercicio positivo. 

El dolor del pasado es real e intenso. Tanto que impide respirar, dormir, concentrarse, comer…pensar. 

El dolor del presente es la prolongación del dolor pasado e impide vivir con la atención y la intensidad necesarias los milagros diarios. 

Se cansó de escuchar a quienes le aconsejaban paciencia, calma…era como aconsejar a quien ha enfermado que tenga paciencia y calma. En ese momento solo quieres encontrar un remedio que te haga sentir mejor. 

No quieres palabras que aunque sean dichas con sinceridad y afecto suenan a consuelo vacío.
Es tu dolor. Tuyo. De nadie más. Solo tú sabes porque te duele. 

Solo tú sabes porque tomaste una decisión, un camino aunque en verdad no sepas porque lo elegiste. 

Solo tú sabes o crees saber porque ahora te arrepientes, tanto que pasas el tiempo pensando en aquellos momentos, reviviéndolos, rectificando, intentando retroceder en el tiempo para cambiar aquellas palabras, aquel gesto.

Así que no te apetece, no quieres, no necesitas escuchar a quien te dice que tengas paciencia, que todo pasará, que no te preocupes porque el tiempo lo cura todo. 

No es cierto. El tiempo no cura nada. Tan solo dirige el proceso de cicatrización de la herida. Porque es una herida que te duele, que aunque no se apreciaría en una prueba de Diagnóstico Por La Imagen, es real. 

Por eso se refugia por el momento en la literatura. Y aunque ha sido cuidadosa con sus elecciones en los últimos meses, hace tres días, sus dedos se sintieron atraídos como el metal al imán por la obra de Jane Austen.

Y ha sido un error. Un terrible y doloroso error. Una parte de sus corazón se ha sentido a salvo entre las líneas de Orgullo y Prejuicio porque sabe que el final es feliz para los protagonistas. 

Porque sabe que Fitzwilliam Darcy ama con toda su alma a Elizabeth Benett. Porque sabe que a pesar de las convenciones, las diferencias, los obstáculos, los protagonistas serán felices. 

Ha fantaseado con escribir una continuación de la obra de Jane Austen. Una continuación en la que imaginar la vida en común del Señor y la Señora Darcy. 

No se trata del tema de la boda y demás cuestiones formales. Se trata de amar y ser amado. De compartir. De…tantas cosas…pasión, ternura, entrega, complicidad…

Jane Austen no es precisamente sospechosa de escribir sobre el lado más tópico y romántico de las relaciones amorosas. Sus obras constituyen un estudio de los usos y costumbres, los rituales, los tiempos…

Se pregunta si antes de ser demasiado vieja, de morir encontrará a un Señor Darcy…o en su caso si un Señor Darcy la encontrará a ella…
Quiere amar…arriesgarse…quiere que la amen…lo quiere todo…

Y quiere ser valiente…y dejar de sufrir…y sonreír…reír…está cansada de las lágrimas, de suspiros, insomnio…

Quiere decir “Te quiero, te amo” en voz alta…y que esas palabras reciban respuesta y no se pierdan en el aire.

Abre los ojos porque le ha parecido escuchar que la puerta de entrada se ha abierto. Es él que ha venido a buscarla porque Inés ya tiene lista la cena. 

(Ella no sabe es que él, ha entrado mucho antes y la ha observado en silencio…y para no asustarla ha fingido que abría la puerta para decirle que la cena está lista…no es la primera vez que la observa en silencio…no puede evitarlo…)






Blanca Fernández

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sábado, 19 de abril de 2014

LA NIÑA BUENA...LA SANGRE QUE SE INCENDIA


La casa está en silencio. Todos duermen. Ella no puede. No consigue dormir. Al contrario de lo que le sucedió los primeros días que casi se dormía de pie, ahora permanece cada madrugada con los ojos abiertos, dando vueltas en la cama. Al amanecer su cuerpo, su mente se rinden.



Durante el día está tan ocupada organizando los libros de la casa que casi no tiene tiempo de pensar en nada.

Pero al llegar la noche… prefiere pensar que se trata únicamente de la primavera que altera el cuerpo de todos los seres vivos.

Ha pasado los últimos años esquivando, negando, anulando sus necesidades más…intimas.

Se siente ridícula cuando piensa así, pero no puede evitarlo. Demasiados años de correcta educación. Demasiados años de escuchar que las niñas buenas…

Ha sido una niña buena…es una niña buena. Y a pesar de jugar según las reglas no ha logrado nada de lo que le prometieron. Nada. Nada. 

Bueno si, lo que ha logrado es un sentimiento de frustración abrumador, que la asfixia. Tanto que ve la vida a través de un cristal tintado de rojo, un cristal de ira contenida.



Se ha planteado muy en serio apuntarse a la moda del running. Todos lo que se dedican a correr por la mañana temprano o al anochecer hablan maravillas de este hábito.
Eliminas toxinas, quemas grasas, liberas tensión y estres.

Dicen que al mismo tiempo que te pones en forma y cuidas de tu salud por poco dinero equilibras la mente y larga lista de ventajas.

Pero el problema es que nunca ha sido muy aficionada al deporte, al ejercicio, y tampoco es lo que se podría llamar disciplinada.

Únicamente se sintió bien cuando practicaba natación. Ella marcaba los horarios. Ella mandaba.

Su fobia al deporte o al ejercicio programado y guiado tiene que ver con la asignatura que en el tiempo en que era una escolar con trenzas, dos pies izquierdos y escasa coordinación el programa educativo llamaba eufemísticamente “gimnasia”.

En realidad se trataba de la realización de tablas de ejercicio heredados de un tiempo en el que la formación del cuerpo y el espíritu estaban demasiado ligadas. Un tiempo de bambas blanqueadas, pantalones de espuma azul marino y camisetas blancas.

Un tiempo de uniformidad y disciplina militar heredado de un régimen político que a imagen de Alemania o Italia, controlaba hasta los detalles más insignificantes de la vida cotidiana.

Pero eso lo aprendió con el tiempo. Aprendió que no era mejor ni peor que sus condiscípulas por no saber saltar el potro, hacer flexiones, lo que llamaban el puente o la rueda o colgarse de las espalderas.

Pero siempre fue una buena niña. Obedeció las normas. Se confesó a la más mínima ocasión. No habló si los mayores no le preguntaban primero. 

Y nunca, nunca se dejó llevar en los momentos más íntimos. Es más, nunca tuvo momentos íntimos hasta que casi fue una adulta.

Mientras sus amigas descubrían los frutos prohibidos y experimentaban la vida…ella seguía siendo una niña buena, que cumplía las reglas, que nunca pecaba…

Hasta que a los 20 años se enamoró y perdió el corazón, la cabeza y algo más.

Por una vez, en una sola ocasión, se saltó las reglas, no jugó según las normas.

Y el precio que pagó fue tan alto, tanto, que siente que todavía no ha liquidado los intereses.

Afortunadamente solo ella y su terapeuta conocen el embrollo interior que la lleva a desear una vida plena y al segundo siguiente a esconderse y negarse una oportunidad.
De nada servirá apuntarse a un gimnasio o empezar a correr, volver a la natación o inscribirse en bailes de salón.



Ahora…anda de desasosiego nocturno, de fiebre inexplicable…incapaz de concentrarse, de dejar de sentir… intentando controlarse…consciente de que el día menos pensado los diques se romperán y entonces…sabe que no está preparada para lo que pueda suceder…no cree que el mundo esté preparado para lo que pueda suceder...



Blanca Fernández

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martes, 15 de abril de 2014

UN PACTO CON EL DESTINO



Hace una semana que empezó con su nuevo “trabajo”. Por primera vez en mucho tiempo es relativamente feliz, se siente tranquila. Seleccionar y ordenar libros. Es reconfortante.

Siempre se ha sentido cómoda entre libros. Cuentan historias, te permiten viajar. Todo está en los libros.
Bueno todo no. La verdad sobre la vida no está en los libros. Ni siquiera en los que se editan como “de autoayuda”. 

Las experiencias de otros pueden inspirar, pero no te dan las claves para vivir tu propia vida.

Ni todas las mujeres son de Venus ni todos los hombres son de Marte. Nadie se llevó tu queso, simplemente te lo comiste todo y olvidaste comprar más. Lo que siempre quisiste saber y nunca te atreviste a preguntar no suele ajustarse a las respuestas que encuentras. No existe la vida en armonía ni la felicidad perfecta. Ningún manual te prepara para reconocer el amor ideal a primera vista.

A pesar de ello los libros que prometen una solución inmediata a los pequeños desastres de tu vida, los títulos que garantizan que por fin serás feliz, que nada te dolerá, que después de que la vida te dé puntapiés en el culo no te pasará de nuevo…son numerosos.

Dejar de fumar, dejar de sufrir, adelgazar, dormir ocho horas, dejar de beber, comer equilibradamente, triunfar en todo, ganar tu primer millón, encontrar pequeños paraísos perdidos, ser atractivo, atractiva, hablar en público con soltura, contar el chiste oportuno en el momento oportuno… a cada problema, a cada contratiempo, le corresponde una solución en forma de libro de tapas coloristas, ilustraciones ingeniosas…

Nada de eso garantiza que encuentres la solución. En realidad nada garantiza soluciones a los problemas, a sus problemas.

Para trabajar mejor se ha trasladado al piso de abajo. Han acordado que será un cambio temporal que tal vez resulte beneficioso para la pensión. Es Semana Santa y a la ciudad han llegado algunos turistas. Quién sabe si algún despistado se deja caer por allí.

Todavía no le ha pedido a Alicia que le ayude con los libros. Quiere asegurarse de que no encontrará títulos poco adecuados para su edad.

No se trata de censurar sus lecturas. Simplemente quiere que pueda comprender lo que lee. Que pueda disfrutarlo.

Los libros son como la vida. No es necesario quemar etapas demasiado rápido. Las personas son edificios que se construyen capa a capa, pieza a pieza…no es necesario darse prisa…nunca…

Los libros son obras de arte. Tienes una idea. La dibujas, la diseñas, la corriges.

Los libros son como arcilla. Tomas una pequeña porción, la humedeces, le das forma. Es una forma rudimentaria que probablemente no resulta como la idea que sigue en tu mente, como si estuviese sobre una pequeña plataforma de cristal que da vueltas iluminada por una luz suave, que te permite contemplarla desde todos los ángulos.

Y un día finalmente se produce el milagro. La imagen se define por fin, es perfecta, clara. Las palabras acuden a tus dedos como pequeñas descargas eléctricas.

Ella también tiene cosas que contar. Tiene una historia que contar. Bueno en realidad tiene muchas historias que contar. Tal vez a no le interesen a nadie. Así que no se plantea publicar sus historias, su historia… Sería una buena forma de poner sus ideas, su vida en orden… Sería la única forma de quedase constancia de su paso por este mundo.

No tendrá hijos. Lo sabe. Lo prefiere.
No es buena con las plantas. Así que no plantará ningún árbol.

Lo único que le queda sería escribir la historia. Tal vez la lea alguien o tal vez no. Pero será la única forma de que cuando ya no esté, quede un pequeño rastro de su paso por el mundo.

No se trata de buscar la fama o de hacer algo grande.
Simplemente se trata de hacer un pequeño pacto con el Destino.Comprar un poco más de tiempo. 

Dicen que cuando te vas si los que se quedan te recuerdan de vez en cuando, en cierta forma es como si no te hubieses ido. Tal vez si alguien lee su historia, la recuerde. Tal vez sea como si no se hubiese ido. 


martes, 1 de abril de 2014

EL MIRADOR JUNTO AL MAR

Aunque le ha costado un terrible esfuerzo, ha logrado levantarse temprano. Sigue acusando el cambio de hora y la crisis de ansiedad del día anterior. Siente su cuerpo, sus articulaciones, de goma derretida y pesada.
Pero se empuja, se obliga, se arrastra hasta el cuarto de baño para ducharse con agua templada y al final, respirar profundamente y girar la llave hasta que el agua sale fría, helada. Tanto que duele.
Grita, se queja, llora, moquea, maldice… y cierra rápido la llave del agua, con los ojos cerrados busca la toalla y se cubre todo el cuerpo…
Muerta de frío se pregunta cómo pueden algunas personas bañarse en invierno en agua de mar, en lagos helados o ducharse con agua fría justo como acaba de hacer ella.
Cuando por fin recupera el tacto en los dedos empieza a vestirse y se prepara para el desayuno.
Es la primera en entrar en la cocina. Inés dejó todo preparado antes de irse a casa. Así que decide que ha llegado el momento de seguir con su vuelta a la normalidad.
Y el primer paso será preparar el desayuno para el resto de la comunidad.
Poco a poco la casa se llena de sonidos conocidos. Poco a poco todos aparecen en la cocina y se mueven con delicadeza entre las sillas, la mesa, la nevera… cubiertos, platos, vasos, tazas…olor a pan tostado, botes de mermelada que se abren… aroma de fresa y melocotón…café recién hecho…cacao…risas, muchas risas y carcajadas y planes y algún bostezo disimulado… Cuando todo acaba de nuevo, manos solicitas recogen lo utilizado y ordenan la cocina.
El dueño de la pensión antes de dejar la mesa, le pregunta si está ocupada. Le gustaría que le acompañase a llevar a Natalia al colegio. Aprovechando que tiene el día libre… quiere comentarle una cosa.
El trayecto en coche es agradable y animado. Alicia no deja de hablar, de contar chistes y de cantar.
Al llegar a la puerta del colegio, casi olvida despedirse, porque un grupo de niñas la esperan en la entrada.
Él sonríe, pone de nuevo en marcha el coche y le dice que quiere llevarla a un lugar que seguro le gustará. Después de media hora llegan al paraíso, que está en las afueras de la ciudad al final de una curva.
Cuando salen del coche, la guía hasta un mirador desde el que se divisa un paisaje espectacular.
Se sientan en un banco y durante unos minutos permanecen en silencio.
-¿Qué tal te va?-pregunta él sin apartar la vista del mar.
-Bien…bueno…yo…
Él sonríe.
-Ya sé que esperabas una pensión al uso. Normalita. Con algún huésped, sin demasiado ruido…
-Digamos que mi idea de cómo funciona una pensión se basa más en lo que he leído en algunas novelas que…
Él sonríe
-Pareces una chica más de hotel que de pensión.
-Una chica –no puede evitar una carcajada- hacía tiempo que no me llamaba así.
-Me gusta…
-¿El qué?
-Cuando sonríes. En dos semanas no te he visto sonreír en ningún momento. Ya me dijo Clara que…
-Si…digamos que estoy en fase de búsqueda…
-No resulta sencillo
-Con vosotros alrededor no tengo demasiado tiempo para pensar.
-Lo siento, ya sé que resultamos…un poco…
-Diferentes. Manuel me contó el domingo en la playa casi todo sobre vosotros.
-Menos mal que fue “casi”… -por un momento deja de sonreír- lo hemos pasado mal, muy mal antes de encontrarnos. No sabría decirte cuál de todos llegó más tocado. Pero cuando llegó Alicia, dejamos de lamentarnos y nos pusimos en marcha.
-Creo que lo habéis conseguido.
-Ella lo vale todo. Es nuestro centro de gravedad. Tú le caes bien.
-Me alegro. Es preciosa.
-Se parece mucho a su madre.
De nuevo se quedan en silencio.
-Pero no te he traído para hablar de esto. Verás me ha comentado Clara que eres una gran lectora.
-Sí. Cada uno tiene una pasión o una vía de escape según se mire, y los libros son la mía.
-Necesito tu ayuda… digamos que con el apartamento en el que vivimos Alicia y yo heredé también una cantidad de libros que ocupan un par de habitaciones. Y necesito que alguien ponga un poco de orden.
-Por mi perfecto. Desde que llegué intento ir a la biblioteca pública.
-Si quieres puedes empezar mañana, después del desayuno. Sin prisa. Quiero decir que a tu ritmo. Que yo no quiero que creas…
-Tranquilo. Digamos que es un favor mutuo…tu pones un poco de orden en tus libros y yo lo paso en grande. ¿Y cuando acabe, que harás con ellos?
-He pensado que podría donar algunos a la biblioteca infantil del barrio. Y el resto que estén a disposición de todos y especialmente para que Alicia pueda consultarlos en el futuro. Me gustaría que comprendiese que no todo está en internet, que los libros son algo valioso, necesario.
-Tengo una idea… ¿Qué te parece si le pido a Alicia que me ayude en alguna ocasión?
-Buena idea… tu decidirás cuando y como. Y ahora, creo que ha llegado el momento de volver. Inés seguro que ha preparado ya la comida. ¿Vamos?
Se levantan del banco y regresan caminando al coche. Una vez dentro y mientras él lo pone en marcha, es incapaz de dejar de mirar el paisaje.
-Es una maravilla –parece que le ha leído el pensamiento- el mejor lugar desde el que disfrutar de las vistas. Está demasiado alto como para que el alcalde considere la posibilidad de construir alguno de sus desastres urbanísticos. Bueno, por lo menos hasta ahora.
-Pues me alegro porque sería un crimen que alguien estropease este sitio.
Dejan atrás mirador y entran en la avenida que lleva al centro de la ciudad.
Ella duda pero se decide.
-¿Puedo hacerte una pregunta?
-Sí… ¿Dime?
-¿Cómo conociste a Clara?
Él sonríe.
-Vaya pensaba que sería sobre algo más comprometido –no deja de sonreír- Digamos que nuestra Clara me salvó de mí mismo. Hace veinte años que somos amigos. Nos conocimos cuando yo vivía en vuestra ciudad. Digamos que no pasaba por el mejor momento. Clara era mi compañera de departamento. La noche en que toqué fondo definitivamente me acogió en su casa, sin hacer preguntas y me cuidó hasta que recobré mi condición humana. Un mes más tarde mi tío murió y regresé convirtiéndome en propietario de una pensión destartalada y un piso de soltero en la planta de abajo. Clara me visitó varios fines de semana, ayudándome incluso con la decoración, a poner orden… yo no necesitaba la pensión para vivir sigo con mi trabajo. Pero algo me obligó a conservarla. Luego llegaron los demás y al final Alicia. Así que cuando Clara supo lo que planeabas pensó que aquí estarías bien, encontrarías un punto de partida…y eso es todo.
Ella tarda un poco en responder.
-Muy propio de Clara. Siempre dispuesta a ayudar.
-Si estoy cuerdo y vivo es gracias a ella.
-Y en mi caso tú has contribuido a que pueda vivir de nuevo.
-No exageres. Eso es una decisión personal. Lo único que necesitamos además de ese instinto de supervivencia es contar con ayuda. Así que como yo lo conseguí gracias a Clara y a otra gente, creo que lo justo es hacer lo mismo por quien lo necesite.
-Vaya, me he quedado sin palabras.
-Eso es que tienes hambre… -vuelve a sonreír de nuevo- Justo a tiempo, estamos en casa.

Como esperaban Inés había preparado la comida. Comieron solo los tres porque el resto se había quedado en el trabajo y Alicia comía en la escuela.
Después del café bajaron para que ella echase un vistazo a los libros y más tarde fueron a recoger a Alicia.


Entre meriendas, deberes, charlas y juegos llegaron los demás y el día acabó de forma perfecta. Había sido uno de los mejores días de su vida. 


Blanca Rosa Fernández

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