miércoles, 19 de marzo de 2014

LA EXTRAÑA DEL ESPEJO











Ha sido una mañana productiva, muy productiva. Por fin ha resuelto temas administrativos. Ya se ha inscrito en el registro de clientes de la pensión. Sinceramente era algo que le preocupaba. Lleva dos días y una noche alojada allí y el hecho de no saber a qué atenerse con respecto a su “economía”.

A pesar de que el precio que pagará por la habitación le parece razonable, está convencida de que él le cobra un precio más reducido de lo que podría denominarse “tarifa oficial”. Pero es una intuición nada más.

Después de solucionar el papeleo, ha salido a pasear, con la guía en la mano y una tarjeta en la que figura el teléfono de la pensión guardada en el bolso. “Por si te pierdes” le ha dicho él sonriendo. “Llama y te rescataremos”.

Pero no dará lugar a perderse porque su salida de reconocimiento se limita a la calle en la que ahora vive.

Es una calle estrecha y limpia. El tráfico es escaso por no decir que casi no hay tráfico. Algún coche circula lentamente. Un poco más allá una furgoneta de reparto aparcada mientras el conductor entrega un pedido en el supermercado.

Justo en la acera de enfrente ve un bar pero decide que entrará cuando esté de vuelta.
Sigue explorando la calle con la mirada y decide que caminará hacia la izquierda.

No ha caminado mucho cuando encuentra un bazar chino, lo que resulta perfecto para comprar un pequeño despertador, pilas y varios artículos más que le resultarán muy útiles.


Cuando sale del bazar chino se da cuenta de que dos portales más abajo hay una peluquería y siguiendo un impulso, algo que últimamente se ha convertido en una costumbre, sigue caminando hasta la puerta del “salón de estilismo”. Echa un vistazo al interior antes de entrar y finalmente se decide.

Acude a su encuentro una mujer sonriente, encantadora, dinámica. Se presenta como Eva la propietaria. “¿Cómo puedo ayudarte, cariño?”. 

Y antes de que se dé cuenta, le ha quitado la chaqueta que colgándola en una percha que más que percha es un trozo de alambre con forma de triángulo, la ha acompañado a un sillón bastante cómodo, le ha puesto en el regazo un par de revistas de peluquería profesional y antes de continuar liberando los rizos de una clienta que se ha hecho la permanente, le ha dicho “Tu tomate tu tiempo…sin prisa…porque un cambio de estilo puede cambiar nuestra vida”.

Y ahí está, fascinada por la capacidad de Eva para peinar, teñir, controlar los secadores de pie, en cuyo interior dos clientas disfrutan de una siestecilla mañanera, y mantener dos conversaciones al mismo tiempo.

Cuando llega su turno, le confiesa a Eva que las ilustraciones de las revistas de moda capilar más que darle ideas le han dispersado las propias.

“¿Y que quieres tu? ¿Qué puedo hacer por ti?”. Bien, necesita un corte de pelo cómodo que resulte confortable y que no requiera demasiada atención.

Eva, sin quitar la vista del espejo de la peluquería continua hablándole a su reflejo…es algo que resulta siempre irreal, extraño.

Con suavidad hace que su cabeza gire a un lado y a otro y empieza a explicarle lo que resultaría adecuado.

Y una hora después, le ha cortado el pelo, de forma que no reconoce a la extraña que la mira asombrada desde el espejo.

Lo que ve le gusta. Ha recuperado la forma ondulada del cabello, parece que tiene vida e incluso los rasgos de su cara se han suavizado.

Camino de la pensión, no deja de mirarse en los aparadores de las tiendas y de pensar en que constituye una forma de definir su nuevo yo.


Definitivamente empieza a gustarse…
Blanca Fernández

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