Ha sido una mañana productiva, muy productiva. Por fin ha resuelto temas administrativos. Ya se ha inscrito en el registro de clientes de la pensión. Sinceramente era algo que le preocupaba. Lleva dos días y una noche alojada allí y el hecho de no saber a qué atenerse con respecto a su “economía”.
A pesar de que el precio que pagará por la
habitación le parece razonable, está convencida de que él le cobra un precio
más reducido de lo que podría denominarse “tarifa oficial”. Pero es una intuición
nada más.
Después de solucionar el papeleo, ha salido a
pasear, con la guía en la mano y una tarjeta en la que figura el teléfono de la
pensión guardada en el bolso. “Por si te pierdes” le ha dicho él sonriendo.
“Llama y te rescataremos”.
Pero no dará lugar a perderse porque su salida de
reconocimiento se limita a la calle en la que ahora vive.
Es una calle estrecha y limpia. El tráfico es escaso
por no decir que casi no hay tráfico. Algún coche circula lentamente. Un poco
más allá una furgoneta de reparto aparcada mientras el conductor entrega un
pedido en el supermercado.
Justo en la acera de enfrente ve un bar pero decide
que entrará cuando esté de vuelta.
Sigue explorando la calle con la mirada y decide que
caminará hacia la izquierda.
No ha caminado mucho cuando encuentra un bazar
chino, lo que resulta perfecto para comprar un pequeño despertador, pilas y
varios artículos más que le resultarán muy útiles.
Cuando sale del bazar chino se da cuenta de que dos
portales más abajo hay una peluquería y siguiendo un impulso, algo que
últimamente se ha convertido en una costumbre, sigue caminando hasta la puerta
del “salón de estilismo”. Echa un vistazo al interior antes de entrar y
finalmente se decide.
Acude a su encuentro una mujer sonriente,
encantadora, dinámica. Se presenta como Eva la propietaria. “¿Cómo puedo
ayudarte, cariño?”.
Y antes de que se dé cuenta, le ha quitado la chaqueta que colgándola
en una percha que más que percha es un trozo de alambre con forma de triángulo,
la ha acompañado a un sillón bastante cómodo, le ha puesto en el regazo un par
de revistas de peluquería profesional y antes de continuar liberando los rizos
de una clienta que se ha hecho la permanente, le ha dicho “Tu tomate tu
tiempo…sin prisa…porque un cambio de estilo puede cambiar nuestra vida”.
Y ahí está, fascinada por la capacidad de Eva para
peinar, teñir, controlar los secadores de pie, en cuyo interior dos clientas
disfrutan de una siestecilla mañanera, y mantener dos conversaciones al mismo
tiempo.
Cuando llega su turno, le confiesa a Eva que las
ilustraciones de las revistas de moda capilar más que darle ideas le han
dispersado las propias.
“¿Y que quieres tu? ¿Qué puedo hacer por ti?”. Bien,
necesita un corte de pelo cómodo que resulte confortable y que no requiera
demasiada atención.
Eva, sin quitar la vista del espejo de la peluquería
continua hablándole a su reflejo…es algo que resulta siempre irreal, extraño.
Con suavidad hace que su cabeza gire a un lado y a
otro y empieza a explicarle lo que resultaría adecuado.
Y una hora después, le ha cortado el pelo, de forma
que no reconoce a la extraña que la mira asombrada desde el espejo.
Lo que ve le gusta. Ha recuperado la forma ondulada
del cabello, parece que tiene vida e incluso los rasgos de su cara se han
suavizado.
Camino de la pensión, no deja de mirarse en los
aparadores de las tiendas y de pensar en que constituye una forma de definir su
nuevo yo.
Definitivamente empieza a gustarse…
Blanca Fernández
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