domingo, 18 de mayo de 2014

ENCONTRAR PALABRAS

Tres meses después el cuaderno sigue en blanco. No ha tenido tiempo para escribir. 

Mientras, mira el cuaderno que continua sobre el escritorio en el mismo lugar en que lo dejó el primer día. 

En esos 90 días han salido a su encuentro decenas de historias sobre las que escribir. Pero no ha logrado hacerlo. Algo le bloquea. 
Escribir por cuenta propia, porque simplemente te apetece, no resulta fácil. No es igual que escribir por encargo. 

Cuando ha escrito un guion ha resultado sencillo. Conoce las estructuras, la forma, el lenguaje, las pausas. Sabe de antemano como sonará en las voces de quienes lo interpreten ante el micrófono, el momento justo en el que entrará la música o un efecto de sonido. 
Cuando ha escrito un reportaje, un artículo, cuando ha transcrito una entrevista…ha resultado sencillo. 

Primero documentarse, después buscar datos actuales, compilarlo, redactar y finalmente darle el toque personal, el estilo que cada autor, cada redactor le da a sus textos.

Pero si intentar escribir un relato, un cuento resulta complicado, una novela resulta una tarea, una empresa tan difícil como escalar una montaña sin equipo ni preparación. 
No importa cuantos manuales consultes, ni cuantos foros sobre el tema, ni cuantas charlas con “escritores” tengas… llegado el momento de empezar te quedas en blanco y…por fin un día se produce el milagro…y la historia se despliega ante tus ojos y lo consigues…la primera palabra, la segunda, la tercera…y como si fuesen las cuentas de un rosario, las palabras de una oración antigua y hermosa, se enlazan y empieza la historia.

Pero constantemente te bloqueas, sudas, te quedas en blanco. No haces un esfuerzo como el que realiza alguien que trabaja estibando en el puerto o quien pasa horas de pie reponiendo género en un comercio. Pero es un esfuerzo emocional intenso y doloroso, puesto que en ocasiones la ficción, o lo que pretendes que es ficción, tropieza con un obstáculo real en el camino. Ese obstáculo es el ocasiones una vivencia personal traumática que al tiempo que te sirve de inspiración te duele y escuece como si no hubiesen pasado los años.

Cientos de historias que contar pero la duda de a quien le pueden interesar. 

Cientos de cuadros e imágenes que describir pero la duda de si al final se convertirán en un relato que le interese a alguien.

En el tiempo en que casi nadie sabía leer y menos escribir, contar historias era mucho más que una forma de ganarse el pan. Era una forma de conservar tradiciones, de crear lazos…la tradición oral. 

Pero escribir historias, contar historias en un tiempo en el que la información satura el mundo, en un tiempo en el que hemos perdido el ritmo que requiere paladear una historia, es poco menos que una aventura imposible.

Acaba de ver una película interpretada por un gran elenco. Una historia dramática, cruda, dificil. Ha sido una experiencia maravillosa. El nivel actoral era increíble. Pero los actores, las actrices lo tuvieron relativamente fácil. Porque el guion era magistral. 

Tantas frases maravillosas, tantas escenas maravillosas.

Todas creíbles, posibles. La mayoría dichas por alguien en un rincón del planeta en un momento difícil. Un retrato de las relaciones humanas, de las segundas oportunidades, de la necesidad de tomar decisiones personales en momentos extremos. 

Un guion maravilloso. Algo excepcional. Una obra maestra. 

Hace dos días ha leído a Irène Némirovsky, la Suite Francesa. 

La necesidad compulsiva de la autora de escribir a diario incluso mientras se escondía con su familia durante la persecución de los judíos llevada a cabo por los Nazis en Europa. 

Y sigue mirando su cuaderno en blanco convencida de que a pesar de las decenas de historias que tiene por contar, que quiere contar, no sabe como empezar. No encuentra la primera palabra que le lleve hasta el milagro, el pequeño milagro que cientos de autores, de autoras han encontrado antes que ella. 

Cree que tras tantos años escribiendo por encargo, ha perdido la magia, ha perdido la conexión con las palabras. Está vacía. Se siente vacía, agotada. 

Mira a través de la ventana el cielo, las estrellas. Escucha los rumores de la noche y espera. Espera la señal.

Pero no llega y se duerme esperando la señal que le indique el camino hasta encontrar la primera palabra, el primer paso del camino. 


jueves, 15 de mayo de 2014

QUIEN TE RECORDARÁ...





Lleva menos de 24 horas de reposo y ya está harta, cansada, agobiada. Todos la cuidan, se preocupan por ella… y aunque lo agradece hace tiempo que descubrió que es mejor cuidadora que paciente. 

No es una cuestión de “orgullo”, es una cuestión de incomodidad, timidez. No le gusta molestar. 

Por eso le gustan las nuevas tecnologías. Porque permiten que dejes mensajes y que otros los reciban y los respondan cuando puedan y si la respuesta llega cuando no estás conectada mejor.

Sus amigas más íntimas, aquellas que la conocían desde el parvulario conocían su “pequeño problema de comunicación” y siempre que planeaban una salida, una fiesta, una actividad, tomaban la iniciativa y la llamaban facilitando que participase. 

Era habitual que cuando se relacionaba con alguien, esta persona pasado un tiempo le confesara que al conocerla la primera impresión había sido negativa. 

La gente pensaba que era fría, altiva, orgullosa… y tan solo era tímida. 

Por eso se siente incómoda al pensar que debe guardar reposo un par de días más. No es nada grave pero reducir la actividad es aconsejable. 

Inés le ha prestado una revista de las que la abuela llamaba de “peluquería”. Al recordar a la abuela sonríe. No aprendió nunca a leer ni a escribir y cuando la aprendiza de la peluquera le ofrecía una revista para matar el rato mientras estaba bajo el secador, ella le decía “gracias niña, pero es que me he dejado las gafas de leer en casa”. Era una superviviente, una auténtica superviviente. 

Por segunda vez en pocos segundos descarta un pensamiento melancólico y centra su atención en la portada de la revista de “peluquería”. 

Excepto las páginas dedicadas a recetas de cocina y cuatro temas más…no comprende como tanta gente ociosa puede generar tanto ruido, tanto interés…nunca lo ha comprendido. 
Lo cierto es que no aportan nada socialmente. No escriben libros, ni participan en proyectos científicos… transitan por la vida de fiesta en fiesta, de evento en evento, de alfombra de lujo a alfombra de lujo… parejas que se unen, que se rompen, que se reúnen… intimidades vendidas, amores mercadeados, adopciones, bautizos…
Y lo más fascinante era el número de lectores, seguidores…de gente que vive pendiente de estas celebridades.

Mientras reflexiona sobre todo esto, continua pasando las hojas hasta que llega a un reportaje que muestra a una “famosa” posando en todas y cada una de las estancias de su nueva casa. 
Lo que llama su atención es el dato referido a la edad de la protagonista del reportaje. 
Comprueba que la famosa es díez años más joven que ella. Lo que le sorprende y mucho, porque siempre estuvo convencida de que era mucho más mayor. La recordaba protagonizando escándalos, fiestas, rupturas y demás desde siempre. 

Y no puede evitar preguntarse…como ha hecho en otras ocasiones sobre su propia vida. 
Ha reflexionado sobre este tema en otras ocasiones. Especialmente cuando conocía la edad de algunos y algunas de sus coetáneos y comparaba su biografía con la de ellos, de ellas. Formación académica, experiencia laboral, logros conocidos. 
No le movía la envidia o la necesidad de reconocimiento. 
La movía el temor a desaparecer del mundo, a morir y que no quedase un solo vestigio de su paso por la Tierra. 
¿Cuándo ya no estuviese, la recordaría alguien, quien? 
De la gente de su sangre ya no quedaba casi nadie. Sus amigas aunque la querían, tenían sus propias familias y ella para los hijos y las hijas de sus amigas, era la “amiga de mamá, de cuando mamá iba al cole, una reliquia del pasado de mamá”. No era parte de la familia. Era la cara que aparecía en muchas de las fotos familiares pero que resultaba difícil ubicar, identificar. 

Antes de dejar la Tierra, encontraría el amor. Ese amor del que todos hablaban, bien o mal, pero hablaban, por experiencia propia. 
¿Compartiría paseos con alguien? ¿Se daría la vuelta medio dormida en la cama de madrugada y percibiría el calor de otro cuerpo conocido y querido junto a ella? ¿Llegaría a una casa y alguien la esperaría?

Miró de nuevo la cara de la famosa. Era una cara conocida, famosa, pública. Aparentemente su vida estaba resuelta. 

E igual que cuando veía a sus amigas, con sus parejas y sus hijos, y una vida que nadie decía que fuese de cuento de hadas, porque eso queda en la ficción… no podía evitar que sus pensamientos llegasen una y otra vez a la misma conclusión. 

En que parte, recodo, curva, bifurcación del camino de la vida se equivocó…es que parte tomó la decisión errónea que la llevó a vivir como hasta ahora…dando vueltas, perdida, intentando a pesar de su edad, encontrar por fin un lugar en el mundo en el que detenerse para descansar y echar raíces. Un lugar en el que detenerse y descansar hasta el día final. 

Y como siempre no encontró respuestas. Únicamente la sensación de pérdida. La extraña sensación de haber perdido lo que incluso no ha tenido, no tiene y probablemente nunca tendrá.


domingo, 11 de mayo de 2014

SOÑAR, VIVIR





Lo que en principio solo sería comprar unos cuantos muebles, se convirtió casi en una reforma digna de un documental sobre casas y decoración.


Alicia,él y ella pasaron un día entero recorriendo pasillos y departamentos, eligiendo y, probando los muebles que necesitaban para la habitación de la niña.


A los 5 minutos de empezar el recorrido, recordó porque no soportaba ir de compras. Para ser exacta no era el hecho de ir de comprar. Lo que la agobiaba era tener que elegir. Nunca había tenido la oportunidad de elegir. Nunca. Así que imaginaba que otras mujeres se sentían cómodas con aquella actividad porque estaban entrenadas.

Prefería perderse en una librería o comprando música. Comprar ropa, zapatos, maquillaje o complementos, no resultaba prioritario en su vida.

Después de los muebles, llegaron a la conclusión que también era necesario pintar la habitación, comprar cortinas nuevas…

Después de pasar tres semanas moviendo muebles, limpiando suelos, rascando pintura vieja, rellenando agujeros para igualar la pared…el resultado era satisfactorio.

Todos habían participado. Matteo aportó sus ideas sobre decoración. Manuel mantuvo a Alicia alejada de aquel lío. Inés les alimentó. Y ella descubrió que no había olvidado que coser la relajaba.

Por lo menos para Alicia que estaba encantada de tener su habitación, su espacio, para leer, hacer los deberes, jugar… Estaba encantada. Tanto que resultaba difícil que llegase puntual al comedor para comer o cenar.

La única que no estaba tan entusiasmada con los cambios fue Dulcinea. Sabían que la gata continuaba en la casa porque la bandeja del pienso y el cuenco del agua aparecían vacíos puntualmente.

Hasta que el silencio no volvió al piso de abajo, hasta que no dejaron de dar golpes de martillo y arrastrar muebles, Dulcinea no hizo acto de presencia.

No dejó que nadie se acercase a ella ni la acariciase. Les hizo saber de todas las maneras posibles lo indignada que se sentía por haber sido tratada con tan poca cortesía.
Solo cuanto le ofrecieron un soborno en forma de una cama y juguetes nuevos, empezó a mostrarse más amable con sus súbditos.

Ella empezaba a relajarse y a fantasear con su nueva vida. Era casi perfecta, de libro. Y ese era el problema. No podía dejarse arrastrar por una ficción.

Alicia no era su hija, ni su sobrina. Nada les ataba, excepto el afecto que empezaban a sentir mutuamente. Él no era su pareja, ni su marido y seguramente nunca irían más allá de una amistad, que probablemente sería buena y sólida. Manuel e Inés no eran los abuelos ni Matteo el tío ideales.

Pero resultaba tan fácil dejarse llevar por aquellas sensaciones, aquellos hilos invisibles que se tejían a cada segundo, lentamente.

Era tan agradable dejarse llevar por la rutina de una vida cotidiana tranquila y sin altibajos.

Le quitó el cuento de las manos a Alicia, que por fin se había dormido. La observó con atención. Las pestañas, las mejillas, el pelo largo negro y rizado. Respiraba con suavidad. Estaba tranquila.

Dejó la puerta de la habitación entreabierta, para escuchar si el sueño de la niña se interrumpía.
Caminó casi de puntillas porque no quería que él se despertase.

No quería, no podía, no deseaba que nada, que nadie hiciese estallar su burbuja, su sueño, aquella ficción cálida. Al menos no esa noche.

Le habían enseñado que los adultos no tienen fantasías ni viven ilusiones. Pero era tan reconfortante experimentarlas.

Quedaba tiempo, suficiente, demasiado, para vivir la fría realidad. Esa realidad que la había arrastrado hasta aquel lugar, porque casi pagó un alto precio, casi pagó con su vida el tributo que le exigía la realidad.

Resultaba agradable echar un vistazo al otro lado del espejo, a la cara oculta de la luna, a esa vida que otros describían como propia.

Cada día observaba durante unos instantes su cara en el espejo del cuarto de baño y trataba de adivinar qué era lo que la hacía distinta a los demás, cuál era el defecto que le impedía ser como los demás…enamorarse, que se enamorasen de ella, que la amasen, amar… y aparentemente no descubría nada extraño.

Entró en la habitación y sin encender la luz ni cerrar la puerta, se acostó con el corazón centrado en que sus sueños continuasen dibujando nuevas escenas de su vida de ficción.

Estaba demasiado cansada como para pensar en el nuevo día que llegaría. 

Los sueños constituían un refugio que nada ni nadie podían destruir. Que nada ni nadie le podían arrebatar.

viernes, 2 de mayo de 2014

LEER EL CIELO

Después de la cena ha bajado a acostarse. No está cansada ni tiene sueño pero necesita estar sola. 

Ha seguido las conversaciones en el comedor sin prestar atención. Aunque intentaba seguir el hilo de las palabras, de las risas, de las preguntas sin quererlo su mente estaba lejos, muy lejos de allí.

Cuando Inés y Matteo le han preguntado si estaba bien ha improvisado la respuesta. Le dolía la cabeza. Seguramente es cosa del tiempo, se ha resfriado.

Inés le ha preparado una infusión y le ha dado una aspirina. Después de tomársela se ha retirado a descansar.

Ahora está en la terraza, con una manta sobre los hombros porque ha refrescado. La noche es clara y agradable. Aunque algún vecino escucha la televisión a un volumen un tanto alto la ciudad está en relativa calma.

Se ha sentado a mirar el cielo, las estrellas. En momentos como este recuerda lo mucho que le hubiese gustado aprender a leer el cielo.
Solo sabe buscar a Venús. Y evidentemente la luna.

Le gusta la luna. Le gusta contemplarla. Prestar atención a sus ciclos. Contemplar como desaparece, reaparece lentamente y se convierte en un disco brillante y hermoso.

Ninguna de las metáforas, de los adjetivos, de los versos, de las frases escritas y pronunciadas sobre la luna describen la magia que desprende aquel satélite.

No le importa que sea una masa compacta suspendida en el espacio que refleja la luz…no le importa en absoluto. La encuentra hermosa y fascinante. Eso no cambiará nunca. No sabe leer el cielo pero conoce a la Luna y Venús y eso para ella es suficiente.

Está perdida en sus pensamientos, contemplando el cielo, cuando una voz la hace volver a la realidad.

Es él, que ha bajado para comprobar si se encuentra bien.

Se disculpa. En realidad la hubiese dejar tranquila pero Inés le envía y cuando Inés da una orden…Ella sonríe…le comprende. Puede decirle a Inés que está bien que solo es un resfriado.

Pero él parece que no tiene intención de irse.
Se ha sentado a su lado y ahora está en silencio, mirando al cielo, a las estrellas.
No le ve porque está oscuro pero intuye su sonrisa.

Le cuenta que cuando era niño pasaba los fines de semana participando en actividades diversas con un grupo excursionista.

Sus padres le inscribieron porque de esa forma le obligaban a respirar aire puro y a tener contacto con otros niños. Si hubiese dependido de él, no habría salido de casa, de su habitación. Pasaba el tiempo leyendo, estudiando, dibujando.

Lo único que aprendió en aquellas salidas con el grupo fue a distinguir alguna estrella y a hacer fuego sin cerillas ni mechero.
Y sin que ella se lo pida empieza a leer en voz alta el mapa del cielo.

A ella se le dispara el corazón. Nunca había escuchado como suena su voz sin tensión, cuando está relajado. Incluso su cuerpo está relajado.

Lo cierto es que no le importa lo más minimo lo que le cuenta sobre estrellas, constelaciones y demás. Lo cierto es que no quiere que deje de hablar.

Pero como si le hubiese leído el pensamiento, él se detiene y le pide excusas. Habla demasiado.

Y ella está a punto de decirle que “no pares de hablar, no te detengas, sigue. Me encanta como suena tu voz. Es una sensación maravillosa. Me relaja, es como flotar. Te escucho y nada importa.” Él se da la vuelta y se sienta de nuevo.

Si mañana no tiene nada importante que hacer ¿querría acompañarle a elegir unos muebles para Alicia? Ha pensado en cambiar la habitación, pintarla con los colores preferidos de la niña…

Le responde que sí, claro que le acompañará. Será divertido. Es una buena idea.
Casi le ha oído suspirar cuando ella ha aceptado.

Se levantan al mismo tiempo de las sillas y con el impulso tropiezan. Él la sujeta para que no se caiga. Es un segundo. Suficiente. 

Ha visto ternura en sus ojos. No es tan duro ni tan serio. Es tan vulnerable como ella.
Le cede el paso y ella entra primero en el salón. Se desean buenas noches y cada uno entra en su habitación.


Cuando se acuesta y apaga la luz de la mesilla de noche sabe que no podrá dormir. Pero esta vez no le importa. Y sonríe. 

Blanca Fernández

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