lunes, 17 de marzo de 2014

DULCINEA






Se ha despertado temprano, antes de que el sol saliese. Su cuerpo empieza a funcionar, empieza a reaccionar. Por primera vez en años, no siente que su cabeza está “metida en una pecera”, no le pesan los huesos y su cerebro procesa las ideas con cierta agilidad. 

Aunque se repite como si fuese un manta “no hay prisa”, sabe que es necesario trazar una hoja de ruta. 

Sin querer sonríe. Se ha hecho gracia. Parece un político cuando hablan de encontrar soluciones a los problemas que ellos mismos han creado, trazando previamente una hoja de ruta. Pandilla de incompetentes. 

Por el momento el primer punto de su hoja de ruta será ducharse, vestirse y peinarse. El segundo desayunar. Y luego ponerse al día con los temas administrativos. 

Inscribirse como huésped en la pensión, tomar decisiones económicas. Sin olvidar temas médicos. Eso es vital para ella. Necesita resolver el tema médico. Aunque puede permitirse no trabajar durante seis meses, porque ahorró cada céntimo que llegó a sus manos. Pero en sus planes no entra permanecer inactiva durante tanto tiempo. 

Lo que pasa es que como dijo John Lennon “la vida es lo que pasa mientras haces planes” y no puede olvidar, no debe olvidar que la crisis económica no permite milagros ni alegrías a la hora de buscar-encontrar trabajo. 

Si ya resulta poco menos que imposible en las circunstancias actuales, si eres mujer, no eres joven y añades al curriculum problemas médicos, la tarea de encontrar trabajo se convierte en una pesadilla. 


Decide que seguirá pensando y reflexionando mientras se ducha. Por fin presta atención a su equipaje. No tiene idea de que tiempo hace. Así que no sabe que ponerse. 

Nunca le ha preocupado excesivamente la moda. Bueno, siendo sincera la moda, el tema de la ropa, elegir, buscar, comprar ropa le ha resultado una perdida de tiempo, un problema más complicado que resolver ejercicios de matemáticas. Y teniendo en cuenta que en matemáticas es nefasta…

Lo mejor será salir a la terraza, tomar el pulso al aire, al amanecer y entonces decidir. 

Coge de los pies de la cama un chal que Inés le prestó ayer y se lo echa sobre los hombros. Es agradable y abriga suficiente como para no enfriarse. 

El sol está saliendo. Le gusta contemplar como la luz rompe la noche. Los tonos malva, rosa y dorado se imponen al azul oscuro. El cielo nocturno le recuerda a una pieza de terciopelo sobre el que un experto en diamantes deja caer gemas de brillo hipnótico. 

El aire es fresco. Así que se vestirá con alguna prenda de abrigo. 

Otro de los temas que debe resolver cuanto antes es que hacer con su pelo. Olvidó el secador en casa y ese es un pequeño problema. Por una parte puede comprar uno nuevo. Pero lo más sensato sería encontrar una peluquería, consultar precios y cortarse el pelo. 

Se demora unos minutos en la ducha. Se relaja bajo el chorro de agua templada. Nunca le ha gustado el agua fría y no soporta el agua muy caliente. Le pasa lo mismo con la leche, las infusiones o la comida. No soporta la sopa caliente aunque sea un día muy frío. 
Cierra el agua y empieza a secarse con suavidad. 


Sale envuelta en una toalla de baño gruesa y no puede evitarlo, pega un respingo y grita. 
Pero se recupera pronto. Es preciosa o precioso. No sabe si es macho o hembra. 

Sentada cómodamente sobre la ropa que ha dejado en la cama para vestirse, la observa con curiosidad. Es gris. Esbelta. Al contrario que ella, no se ha asustado. 

Escucha que llaman a la puerta con suavidad. “Adelante”. Es el dueño de la pensión. Calzado con zapatillas y vestido con pantalones tejanos y una camiseta blanca de manga corta, lleva la cara cubierta de jabón de afeitar. Se nota que está incómodo. 

Le pide disculpas. Detrás de él se escucha una voz clara y risueña. Se aparta para que alguien entre. 

La intrusa salta de la cama ágilmente, camina con elegancia hacia la puerta y deja que unas manos pequeñas y delicadas la cojan. 

Ella sigue envuelta en la toalla de baño y empieza a sentir frío. 

Él se disculpa de nuevo y hace las presentaciones. La intrusa gris es Dulcinea la gata de su hija, Alicia. La niña la saluda con una sonrisa y se marcha con la gata en brazos. 

Se quedan a solas. Él le pide disculpas de nuevo. Ellos no viven en la pensión, sino en el piso de abajo. Normalmente la gata no sale a la escalera, pero en un descuido de Alicia ha subido por la escalera. Llevaban diez minutos buscándola cuando la han oído gritar.

Lo lamenta mucho. Promete que no volverá a suceder. Antes de salir al pasillo, le dice que el desayuno estará servido en media hora.
Cuando se queda sola deja caer la toalla al suelo y empieza a vestirse, repasando cada pieza de ropa, porque probablemente encontrará pelos de Dulcinea.

Vestida, calzada y peinada, cierra la puerta de la habitación. Primero desayunará y luego empezará con su hoja de ruta. 

Blanca Fernández

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