Nunca imaginó que el fin de semana podía ser tan agradable
y tranquilo.
El sábado cuando regresó de su paseo por la ciudad y
su viaje en el tiempo a Londres, descubrió que le esperaban muchas sorpresas.
Una de las cosas que resultaba un misterio era que
la pensión, después de su llegada solo tenía dos habitaciones libres para
alojar a posibles clientes. Porque el resto, cinco, no parecían estar
disponibles.
Como le dijo el dueño, él vive en un piso de la
planta inferior con Alicia y Dulcinea. Inés vive en un piso del edificio de al
lado, llega cada mañana temprano y se queda hasta entrada la noche. Desayuna,
come, merienda y cena en la pensión. Se ocupa de mantener las habitaciones listas,
de las comidas, de planificar el menú diario. Inés canta, siempre canta. A
todas horas y en todo momento. Y habla, mucho. Inés se comunica, conecta con
todos sin importar la edad ni la procedencia.
Pero el sábado al llegar al portal del edificio en
donde está la pensión, encontró un intenso trasiego de maletas y paquetes,
cuyos dueños llevaban a la pensión.
Abrazos, besos, saludos, risas… era como asistir al
reencuentro de una familia que ha estado separada un tiempo.
El dueño de la pensión les presentó a la recién llegada.
Manuel, Ángel y Mateo, huéspedes permanentes de la casa que habían regresado de
unas mini vacaciones.
A la hora de la cena, descubrió que Inés había sido “expulsada”
de la cocina y que los tres amigos se habían hecho cargo de la intendencia.
El dueño de la pensión y Alicia llegaron justo a
tiempo para preparar la mesa. Sin saber cómo se vio en medio de una reunión más
parecida a la de una gran familia que a la reunión forzada entre huéspedes.
Risas, una cena excelente, buen humor. No recordaba
que esas cosas existían. E historias, muchas historias, variadas, divertidas.
El dueño y Alicia, dijeron a Inés que se quedara a
dormir en el apartamento de abajo. Así no se perdería la excursión del día
siguiente. Y a continuación la incluyeron a ella también en los planes del
domingo.
Pasaron el día en la playa. Jugaron, se tumbaron al
sol, leyeron, disfrutaron de una magnífica comida, durmieron la siesta y al
caer la tarde regresaron a la pensión.
Y hablaron, charlaron. Se contaron cosas. Hicieron
planes.
Manuel era profesor de historia en la universidad.
Mateo era contable y poeta. Ángel era abogado y lector voraz.
Manuel le contó la historia de la pensión. El dueño
llegó a la ciudad en un momento en que su vida era un auténtico caos. Su tío
que era el dueño de la pensión, le acogió sin hacer preguntas y le ofreció un
lugar desde el que empezar de nuevo. Cuando murió le dejó la pensión en
herencia y aunque él había encontrado un trabajo estable había conservado el
negocio. Ellos habían llegado allí como los maderos de un naufragio. Cada uno
tenía una historia. El dueño trabajaba durante el día, e Inés era quien se
encargaba de mantener todo en orden. Ellos contribuían a los gastos y ayudaban
a Inés con las tareas más pesadas. Y entre todos cuidaban de Alicia la sobrina
del dueño, que era su tutor desde que su madre había muerto.
La habitación que ella ocupaba y las dos restantes
que quedaban libres eran ocupadas ocasionalmente por algún turista o comercial
despistado.
Así que era más que una pensión. Era un punto de
partida para todos ellos. La familia urbana era en ocasiones mucho más
importante que la familia de sangre. O al menos a ellos los vínculos casuales
les unían más que los familiares.
Después de cenar se retiró a su habitación agotada
pero muy relajada. Se durmió sonriendo.
Ahora comprendía porque su amiga había insistido
tanto en que aquel lugar era ideal para ella.