Lo que en principio solo sería comprar unos cuantos
muebles, se convirtió casi en una reforma digna de un documental sobre casas y
decoración.
Alicia,él y ella pasaron un día entero recorriendo
pasillos y departamentos, eligiendo y, probando los muebles que necesitaban
para la habitación de la niña.
A los 5 minutos de empezar el recorrido, recordó
porque no soportaba ir de compras. Para ser exacta no era el hecho de ir de
comprar. Lo que la agobiaba era tener que elegir. Nunca había tenido la
oportunidad de elegir. Nunca. Así que imaginaba que otras mujeres se sentían
cómodas con aquella actividad porque estaban entrenadas.
Prefería perderse en una librería o comprando
música. Comprar ropa, zapatos, maquillaje o complementos, no resultaba
prioritario en su vida.
Después de los muebles, llegaron a la conclusión que
también era necesario pintar la habitación, comprar cortinas nuevas…
Después de pasar tres semanas moviendo muebles,
limpiando suelos, rascando pintura vieja, rellenando agujeros para igualar la
pared…el resultado era satisfactorio.
Todos habían participado. Matteo aportó sus ideas sobre
decoración. Manuel mantuvo a Alicia alejada de aquel lío. Inés les alimentó. Y
ella descubrió que no había olvidado que coser la relajaba.
Por lo menos para Alicia que estaba encantada de
tener su habitación, su espacio, para leer, hacer los deberes, jugar… Estaba
encantada. Tanto que resultaba difícil que llegase puntual al comedor para
comer o cenar.
La única que no estaba tan entusiasmada con los
cambios fue Dulcinea. Sabían que la gata continuaba en la casa porque la bandeja
del pienso y el cuenco del agua aparecían vacíos puntualmente.
Hasta que el silencio no volvió al piso de abajo,
hasta que no dejaron de dar golpes de martillo y arrastrar muebles, Dulcinea no
hizo acto de presencia.
No dejó que nadie se acercase a ella ni la
acariciase. Les hizo saber de todas las maneras posibles lo indignada que se
sentía por haber sido tratada con tan poca cortesía.
Solo cuanto le ofrecieron un soborno en forma de una
cama y juguetes nuevos, empezó a mostrarse más amable con sus súbditos.
Ella empezaba a relajarse y a fantasear con su nueva
vida. Era casi perfecta, de libro. Y ese era el problema. No podía dejarse
arrastrar por una ficción.
Alicia no era su hija, ni su sobrina. Nada les
ataba, excepto el afecto que empezaban a sentir mutuamente. Él no era su
pareja, ni su marido y seguramente nunca irían más allá de una amistad, que probablemente
sería buena y sólida. Manuel e Inés no eran los abuelos ni Matteo el tío
ideales.
Pero resultaba tan fácil dejarse llevar por aquellas
sensaciones, aquellos hilos invisibles que se tejían a cada segundo,
lentamente.
Era tan agradable dejarse llevar por la rutina de
una vida cotidiana tranquila y sin altibajos.
Le quitó el cuento de las manos a Alicia, que por
fin se había dormido. La observó con atención. Las pestañas, las mejillas, el
pelo largo negro y rizado. Respiraba con suavidad. Estaba tranquila.
Dejó la puerta de la habitación entreabierta, para
escuchar si el sueño de la niña se interrumpía.
Caminó casi de puntillas porque no quería que él se
despertase.
No quería, no podía, no deseaba que nada, que nadie hiciese
estallar su burbuja, su sueño, aquella ficción cálida. Al menos no esa noche.
Le habían enseñado que los adultos no tienen
fantasías ni viven ilusiones. Pero era tan reconfortante experimentarlas.
Quedaba tiempo, suficiente, demasiado, para vivir la
fría realidad. Esa realidad que la había arrastrado hasta aquel lugar, porque
casi pagó un alto precio, casi pagó con su vida el tributo que le exigía la
realidad.
Resultaba agradable echar un vistazo al otro lado
del espejo, a la cara oculta de la luna, a esa vida que otros describían como
propia.
Cada día observaba durante unos instantes su cara en
el espejo del cuarto de baño y trataba de adivinar qué era lo que la hacía
distinta a los demás, cuál era el defecto que le impedía ser como los demás…enamorarse,
que se enamorasen de ella, que la amasen, amar… y aparentemente no descubría
nada extraño.
Entró en la habitación y sin encender la luz ni
cerrar la puerta, se acostó con el corazón centrado en que sus sueños continuasen
dibujando nuevas escenas de su vida de ficción.
Estaba demasiado cansada como para pensar en el nuevo
día que llegaría.
Los sueños constituían un refugio que nada ni nadie podían
destruir. Que nada ni nadie le podían arrebatar.
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