domingo, 11 de mayo de 2014

SOÑAR, VIVIR





Lo que en principio solo sería comprar unos cuantos muebles, se convirtió casi en una reforma digna de un documental sobre casas y decoración.


Alicia,él y ella pasaron un día entero recorriendo pasillos y departamentos, eligiendo y, probando los muebles que necesitaban para la habitación de la niña.


A los 5 minutos de empezar el recorrido, recordó porque no soportaba ir de compras. Para ser exacta no era el hecho de ir de comprar. Lo que la agobiaba era tener que elegir. Nunca había tenido la oportunidad de elegir. Nunca. Así que imaginaba que otras mujeres se sentían cómodas con aquella actividad porque estaban entrenadas.

Prefería perderse en una librería o comprando música. Comprar ropa, zapatos, maquillaje o complementos, no resultaba prioritario en su vida.

Después de los muebles, llegaron a la conclusión que también era necesario pintar la habitación, comprar cortinas nuevas…

Después de pasar tres semanas moviendo muebles, limpiando suelos, rascando pintura vieja, rellenando agujeros para igualar la pared…el resultado era satisfactorio.

Todos habían participado. Matteo aportó sus ideas sobre decoración. Manuel mantuvo a Alicia alejada de aquel lío. Inés les alimentó. Y ella descubrió que no había olvidado que coser la relajaba.

Por lo menos para Alicia que estaba encantada de tener su habitación, su espacio, para leer, hacer los deberes, jugar… Estaba encantada. Tanto que resultaba difícil que llegase puntual al comedor para comer o cenar.

La única que no estaba tan entusiasmada con los cambios fue Dulcinea. Sabían que la gata continuaba en la casa porque la bandeja del pienso y el cuenco del agua aparecían vacíos puntualmente.

Hasta que el silencio no volvió al piso de abajo, hasta que no dejaron de dar golpes de martillo y arrastrar muebles, Dulcinea no hizo acto de presencia.

No dejó que nadie se acercase a ella ni la acariciase. Les hizo saber de todas las maneras posibles lo indignada que se sentía por haber sido tratada con tan poca cortesía.
Solo cuanto le ofrecieron un soborno en forma de una cama y juguetes nuevos, empezó a mostrarse más amable con sus súbditos.

Ella empezaba a relajarse y a fantasear con su nueva vida. Era casi perfecta, de libro. Y ese era el problema. No podía dejarse arrastrar por una ficción.

Alicia no era su hija, ni su sobrina. Nada les ataba, excepto el afecto que empezaban a sentir mutuamente. Él no era su pareja, ni su marido y seguramente nunca irían más allá de una amistad, que probablemente sería buena y sólida. Manuel e Inés no eran los abuelos ni Matteo el tío ideales.

Pero resultaba tan fácil dejarse llevar por aquellas sensaciones, aquellos hilos invisibles que se tejían a cada segundo, lentamente.

Era tan agradable dejarse llevar por la rutina de una vida cotidiana tranquila y sin altibajos.

Le quitó el cuento de las manos a Alicia, que por fin se había dormido. La observó con atención. Las pestañas, las mejillas, el pelo largo negro y rizado. Respiraba con suavidad. Estaba tranquila.

Dejó la puerta de la habitación entreabierta, para escuchar si el sueño de la niña se interrumpía.
Caminó casi de puntillas porque no quería que él se despertase.

No quería, no podía, no deseaba que nada, que nadie hiciese estallar su burbuja, su sueño, aquella ficción cálida. Al menos no esa noche.

Le habían enseñado que los adultos no tienen fantasías ni viven ilusiones. Pero era tan reconfortante experimentarlas.

Quedaba tiempo, suficiente, demasiado, para vivir la fría realidad. Esa realidad que la había arrastrado hasta aquel lugar, porque casi pagó un alto precio, casi pagó con su vida el tributo que le exigía la realidad.

Resultaba agradable echar un vistazo al otro lado del espejo, a la cara oculta de la luna, a esa vida que otros describían como propia.

Cada día observaba durante unos instantes su cara en el espejo del cuarto de baño y trataba de adivinar qué era lo que la hacía distinta a los demás, cuál era el defecto que le impedía ser como los demás…enamorarse, que se enamorasen de ella, que la amasen, amar… y aparentemente no descubría nada extraño.

Entró en la habitación y sin encender la luz ni cerrar la puerta, se acostó con el corazón centrado en que sus sueños continuasen dibujando nuevas escenas de su vida de ficción.

Estaba demasiado cansada como para pensar en el nuevo día que llegaría. 

Los sueños constituían un refugio que nada ni nadie podían destruir. Que nada ni nadie le podían arrebatar.

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