domingo, 16 de marzo de 2014

SIN PRISA




Escucha una campana que suena lejana. Nota el calor del sol. Su cerebro se ha instalado en ese espacio extraño que divide las sensaciones entre realidad y sueño. 

Lo cierto es que no le importa si es un sueño o si empieza a despertar, porque se siente bien. Cómoda. Cálida. Relajada. Siente su cuerpo como si fuese algodón. Abre lentamente los ojos y parpadea hasta que consigue enfocar su mirada. 

Luz de sol, paredes blancas, un espejo colgado en la pared, un armario, una silla. Su maleta sobre la silla. Y se da cuenta. No lleva el pijama. Está vestida con ropa de calle. Alguien le ha quitado la gabardina, los zapatos, la ha tumbado en la cama cubriéndola con una manta y una colcha. 


Escucha de nuevo la campana. Cuenta las campanadas. Tres. Como si se tratase de una señal, su estómago protesta. Tiene hambre. 
Ahora lo recuerda todo. Anoche no cenó. No le dio tiempo por lo visto. 


Las imágenes encajan. La maleta, la habitación, las campanadas, el sol. Está a salvo. Está en donde necesitaba estar. Cuando está a punto de incorporarse alguien golpea suavemente la puerta con los nudillos. Se cubre de nuevo con la manta y la colcha y pronuncia un “adelante” casi inaudible. 


La puerta se abre y entra una mujer de mediana edad, rostro agradable, una sonrisa amplia. Se presenta. Se llama Inés y es la encargada de la pensión cuando el propietario no está. Aunque él le ha dicho que no la despertase, estaba preocupada. Sabe que no cenó, no ha desayunado y a tampoco ha almorzado. Tal vez le apetecería refrescarse y comer algo. 

Resulta imposible resistirse a la amabilidad de la mujer. Así que acepta la sugerencia. 

Inés le dice que no tenga prisa, que se ponga cómoda. Ella le servirá el almuerzo en el comedor. 

Antes de que salga al pasillo le pregunta sobre la manta y la colcha. Inés sonríe. Ha sido él, el propietario. Al ver que tardaba en salir para la cena, se preocupó. La llamó varias veces pero no respondió y cuando entró, ella se había quedado dormida sobre la cama. Así que la colocó de forma más cómoda, le quitó la gabardina y los zapatos y la tapó. Las noches todavía son frescas. El invierno ha sido muy duro. Ha llovido durante semanas, día y noche. Por fin parece que el sol se atreve a salir. Pero no quiere entretenerla. Cuando esté lista podrá comer. La mujer sale por fin y cierra la puerta. 
Ella sigue en la cama, tomando su primera decisión “importante”. Primero tiene que salir de la cama y ducharse, quitarse el olor a viaje, a horas de tren. Luego comer, recuperar energía. Y luego…luego, ya se verá…por primera vez en su vida, nada ni nadie la espera... no hay prisa, no tiene prisa… 

Blanca Fernández

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